In Utero

Ritual de la habitual: vendarse lentamente las manos antes de empezar a entrenar. Mientras lo hago, escucho a Kyuss con Gardenia (1994), una de las joyas del Stoner Rock, que me recuerda un sendero para bicicleta en algún páramo cerca de Zumbahua, en Ecuador.

Kyuss puede no ser la mejor forma de introducir lo que voy a decir, pero Twitter me recuerda el aniversario 29 de la publicación de In Utero (1993), y ese disco, entre toda la producción de Nirvana, tiene un sabor especial, al haber sido el último disco de estudio de la banda, en el cual se evidencia una suerte de búsqueda caótica de nuevos límites, tratando de conseguir un sonido aún más áspero que en Nevermind. En palabras de Angie Martoccio, en una crónica publicada en Rolling Stone en 2018, la intención de Cobain habría sido la de devolver a la banda sus raíces en el Punk Rock. Y por cierto, como lo cuenta Kris Novoselic, Cobain buscaba también «hacer un álbum de los Pixies». Cobain nunca escondió su veneración por Surfer Rosa (1998), álbum al que consideraba una suerte de opus magna de esa banda.  ¿Por qué ese álbum? Where is my mind? Es la respuesta…

Sin embargo, una vez que el álbum estuvo terminado (después de un total de 14 días de producción), temiendo un resultado de características muy crudas, el producto fue sometido a lo que podríamos denominar como una «dulcificación» en la que intervino un productor relacionado con REM, que hizo el material más digerible para los mercados y fácil de transmitir para las estaciones de radio.

Canciones como Heart Shaped Box y Rape me, son el resultado de esa mixtura entre volver a los orígenes, la dulcificación ya antes mencionada y las necesidades del mercado. Y en esa dulcificación también fue aplicada al título, que cambio desde I hate myself and I want to die, hasta la referencia que conocemos ahora a la colección de cajas en forma de corazón que Cobain regalaba a Courtney Love.

Creo haberlo dicho en alguna ocasión anterior: opino igual que algunos que dicen que el verdadero grunge lo creo Pearl Jam y que Nirvana no debería ser sacralizado en la forma en que muchos fanáticos lo hacen.  En esta tarea de levantar un ícono, indudablemente ha sido clave la figura de un Kurt Cobain que, tras su suicidio, pasa a ser considerado como la víctima de circunstancias extraordinarias y hasta un exponente del feminismo.  

«Sí, ahí estaba la miseria del dios del rock idealizado: la presión, no deseada, de ser el vocero de una generación, los perturbadores diarios y el arte, y la espantosa espiral de la heroína»

Cobain es sin duda un imán comercial de grandes proporciones, que seguramente no alcanzaron para compensar la enorme ausencia que dejo en la vida de Frances Bean Cobain. Dos de sus retratos más descarnados son la biografía Heavier than Heaven (2001) de Charles R. Cross y el documental Montage of a Heck (2015) de Brett Morgen.  En ambos se dibuja el individuo en curso de auto destrucción que David Grohl deja también entrever en Story Teller, sus memorias publicadas en 2021.

Tal vez la figura de Cobain puede ser resumida en las palabras de una entrevista de Morgen para  el New York Times «Sí, ahí estaba la miseria del dios del rock idealizado: la presión, no deseada, de ser el vocero de una generación, los perturbadores diarios y el arte, y la espantosa espiral de la heroína. Pero también estaba este hombre cariñoso, gracioso y cálido que disfrutaba ciertas facetas de su vida».

Acabo estas líneas pensando en cómo esas imágenes de contraponen a mi ingreso al parqueo de la oficina al ritmo de la versión no Unpplugged de Penny Royal Tea, a las 7 de la mañana de un miércoles.

 

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