Mirá cómo construyen lo que mis pensamientos y mis fuerzas no tuvieron tiempo de terminar. Mirá cómo han transformado el dolor en ternura, el vacío y la angustia en pertenencia social, y el desesperante insomnio en tiempo para reflexionar. ¡Qué orgullosa me siento!
Siempre lo supimos y vos también lo sabías. No se puede detener la exigencia de justicia y libertad, como tampoco se puede detener un huracán o contener un terremoto. Así es la naturaleza y los humanos somos parte de ella.
Sí, es cierto. Tenés razón. Vos tuviste la capacidad de hacerle daño al cuerpo que era yo… Vos me robaste muchas horas que hubiera aprovechado caminando descalza y sintiendo el olor a tierra mojada, me alejaste del calor de los abrazos y de ese gusto por la vida que siente una en las mañanas cuando se embriaga de sol y de montaña. Y los besos, ¡cuántos habrán quedado pendientes! Sí, ahora que lo pienso, tenés razón, dañaste el cuerpo que era yo, claro está, pero jamás el alma que sigo siendo…
Te sonará áspero, pero muy al contrario de lo que a mí me pasa, la carga que vos llevás ahora es mayor a la que llevabas en vida, y eso que vivo tenías la mirada inerte. Cuando regresabas a casa, después de hacer tu labor, te sentabas a la mesa con tu familia y en lugar de sonrisas solo te salían muecas. Tus ojos, prestados para la ira, estaban ciegos para el afecto. Tus manos, compradas para la tortura, se tornaron inútiles para la caricia. ¡Qué duro no saber cómo arrullar a un hijo! Uno se acostumbra a todo, fue el único consejo que les pudiste dar al cabo del tiempo…
Pero ahora que te veo, encuentro que sobre la espalda de tu espíritu pesan todos los asesinatos y desaparecidos del mundo… desde Abel hasta ese campesino que torturan ahorita por defender sus tierras del voraz apetito minero. Te oprimen el pecho los niños y las niñas que mueren por no probar bocado y las mujeres olvidadas por tus patrones, esas que apagan su luz cuando intentan encender una nueva, y aquellas que mueren en las manos herederas de tus crímenes. ¡Tu verdadera prole, te seguirá cargando el dorso hasta el fin de los tiempos!
No importa si estás vivo, viejo o muerto, te toca llevar a cuestas el odio, el terror, la desdicha y el dolor que infringiste a esta humanidad… Pero no es suficiente, y lo sabés, también te toca cargar con lo que ha dispuesto la memoria y la justicia de tu pueblo.
¡¿Que vos solo cumplías ordenes?! ¿que en dónde están los que te contrataron? ¿aquellos que pulieron la codicia y el racismo con la piedra de la muerte? No te preocupés, ya les llegará la hora. La justicia irá pronto a buscarles a sus casas, a sus fincas, a sus bufetes, a sus negocios, a sus gremios empresariales o de jubilados.
Por primera vez, tus patrones llamarán a casa y dirán que no podrán ir a cenar… parecerá extraño pues llegaron puntuales y con apetito cuando murió Gerardi, cuando arrasaban aldeas y se repartían las tierras, cuando secuestraban patojos, cuando cerraban mítines políticos, cuando iban a la iglesia. Esta vez llegarán tarde y se ausentarán por mucho tiempo. Continuarán su mundo gris entre cuatro paredes.
¡Estoy feliz! Mirá, ahí está la gente, los que sobrevivieron a las masacres y sus descendientes y los que aman la vida, ahí están con las manos entrelazadas, con sonrisas y enjugándose el llanto. Ahí están reafirmando la esperanza y confirmando que no se puede detener la exigencia de justicia y libertad, como tampoco se puede detener un huracán o contener un terremoto. Te lo dije, así es la naturaleza y los humanos somos parte de ella.
¡Ya ves cómo no estoy muerta! ¡Estoy más viva que nunca!