Un nicho de poder ilimitado

La elección del Procurador de los Derechos Humanos se acerca velozmente. La sola idea que el actual procurador pretenda su reelección merece un análisis detallado.

Está claro que sus intenciones están revestidas de altos niveles de opacidad. A lo largo de los dos períodos de su administrador, la ha sacado todo el jugo posible al diseño personalista de su institución. Pero eso solamente ha sido la superficie. Por debajo, la PDH es una institución absolutamente plegada, sometida a la regulación del termostato del oportunismo.

Está claro que el procurador negoció su continuidad desde el momento en que logró la reelección para su segundo período. Si algo le ha beneficiado es la dependencia de la institución del Congreso de la República. Esa supeditación le ha dado cancha para todo, valida sus negociaciones cargadas de clientelismo, legitima que partidos y diputados operen directamente al interior de la Procuraduría a través de la colocación de empleados por doquier.

Lo más cuestionable de la actual gestión es haber puesto a disposición de distintos grupos el ingrediente de la intensidad, con lo cual ha reñido el principio de la consistencia y la prevalencia del mandato legal sobre los acosos del poder. El valor de las negociaciones ha estado por encima de sus funciones. Ha prevalecido el “valor del mercado”. De esa forma, se han acomodado las actuaciones de la institución; se sube o baja  el volumen a conveniencia de las circunstancias. Cuando algún funcionario se ha salido del guacal, fácil, se le saca de la jugada. Cuando equipos de trabajo le hacen sombra, negocia su desarticulación; cuando informes arrojan conclusiones que afectan a sectores amigos, se les cercena.

Es importante que las organizaciones nacionales y las instancias de la comunidad internacional relacionadas con los derechos humanos asuman posiciones claras sobre esta elección y no se presten al juego. Tampoco se trata de despejar el camino para que otro igual o peor se haga del control de esa instancia. Este debería ser el momento oportuno para reconducir a la PDH por el camino que le corresponde. Sus límites y posibilidades no debiera ser una suerte de chicle que se estira y encoge con cada masticada, que cuando pierde el sabor se tira a la basura.

La Comisión de Derechos Humanos del Congreso tiene una papa caliente en sus manos. O se fortalece el acomodamiento y se consolida el estilo dando y dando; o se resisten las tentaciones y se promueve su oxigenación. No hay otra alternativa.

Autor