Un guiño

A ustedes, los que una y otra vez me han hecho creer que todo es posible.

“Petróleo para Cuba”, rezaba el billete con el que ayudaríamos a comprar un barco del oro negro para ser enviado a Cuba en el momento más cruento del periodo especial. Apenas tenía 13 o 14 años cuando las marchas inundaban las principales capitales del mundo exigiendo el derecho de un pueblo a ser libre. A mí me tocó el DF, en el que recorrí, como muchos, las principales avenidas vestida de blanco al lado de miles de personas repudiando el hambre, la desolación, la injusticia, exigiendo el fin de guerras que, como la del Golfo, se basaban en la avaricia.

La UNAM había sido tomada por cientos de estudiantes, conciertos, grupos de distintas partes del mundo se acercaban para con su canto, con su arte, gritar al mundo que esta generación ya no quería más muerte, más guerra, más crueldad. Y allí estaban ustedes, aquellos líderes que en su momento hacían vibrar a esos miles de muchachos con su voz, Mari organizando plantones, Adolfo Llubere, siempre a la vanguardia, siempre coqueto. El Chale y Margarita haciendo escuela. Un primero de enero nos sorprendieron los zapatistas, cambiaron México y su mirada vidriosa; hoy 19 años después vuelven alzando su voz.

En ese entonces leía a Elena Poniatowska -aún lo hago-, trataba de entender porqué el 68, qué había pasado con esa historia, porqué el 71, aún no entiendo. También leía a Braham Stroker y me maravillaba la drogadicción de Jim Morrison y la brutalidad de la Naranja Mecánica. Un mundo se abrió para mí luego de ver -un poco tarde- Blade Runer, dirigida por Ridley Scott. El mundo ¿sería así a mis 40? Mis mentores me obligaban a mantener la mirada en el presente para transformarlo y, un simple androide de ficción, lograba detonar en mí lo que tan solo intuía: yo tampoco quería que el mundo se convirtiera en un basurero frío, metálico.

Mis pequeños grandes héroes nunca fueron íconos, a lo mejor porque desde pequeña, mis padres se empeñaron en hacernos ver lo peligroso que podría ser seguir ciegamente a cualquier persona, a cualquier ideología. Mis pequeños grandes héroes han sido de carne y hueso, seres que con sus palabras y acciones transforman en una pequeña escala la realidad. De allí que aplauda a Cecilia, a Noel, a Carol, a Emanuela, a Benvenuto, a Lucía, a Regina, a Javier y a Ana, a Luis; de allí que me salten lágrimas cuando veo los éxitos de mi hermana, cuando leo los textos de Alvarito y me veo en él, soñando, filosofando, cantándole a la vida y cuestionándola todita.

Hay tantos a quiénes agradecer su paciencia, su ternura, sus palabras, su coraje, que podría pasar horas escribiendo sobre estos maravillosos seres que transforman el mundo con sus actos cotidianos, que han desterrado de sí la idea “del otro”, personas que devuelven lo que no consideran suyo. Gente que es academia y que no se limita a vivir en ella.

Sigo creyendo y sus miradas lo confirman, que los niños de este mundo merecen vivir con amor, con educación, rodeados de vida y no de muerte, que la justicia es punta de lanza y que la nueva era no es más que ponernos la mano en la conciencia y el corazón y despojarnos de la estupidez, el egoísmo y la mediocridad.

Un muy feliz inicio de era.

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