Esta primera exhortación del Papa es una especie de programa de gobierno donde invita a una nueva etapa evangelizadora. También, señala el rumbo de la Iglesia para los próximos años.
De entrada, en el numeral 2, denuncia contundente: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida” (EG, 2013:3).
Y como nunca faltan las personas que viven viendo comunistas hasta en la sopa, un amigo de juventud me preguntó si “eso no se trataba de marxismo solapado”. Junto con la risa me llegó un escalofrío. La risa porque, se supone que tal personaje es un intelectual. El escalofrío, por el recuerdo de los miles de muertos durante el conflicto armado interno de Guatemala acusados falsa o injustamente de comunistas. La pregunta la hizo en el marco de un diálogo referente a una tesis doctoral que versa sobre democracia e interculturalidad.
Repuesto de la sorpresa, le expliqué acerca de la cultura antidemocrática tradicional de los gobiernos latinoamericanos que —con pocas excepciones—, fue efecto de la aglutinación de relaciones sociales exageradamente violentas; consecuencia de estructuras económicas excluyentes; del racismo y la falta de espacios para la participación política y social.
Tuvo muchas dudas pero ninguna argumentación. Aproveché el momento para informarle de los organismos de justicia débiles, corrompidos y parcializados que en nuestro país contribuyen al incumplimiento de la ley y al irrespeto de los derechos humanos. Además, de las conductas y situaciones que propician los conflictos en nuestras comunidades. Y, haciendo uso de un ejemplar de la Exhortación, leí en voz alta los numerales 52 al 57 de la Evangelii Gaudium donde, el papa Francisco, denuncia la economía de la exclusión y la nueva idolatría del dinero.
Volvió sobre sus pasos. Él, intelectual y consumado cucurucho, insistió en el supuesto comunismo contenido en la Exhortación Apostólica.
Conocidos desde la escuela secundaria, le recordé que en muchos países el miedo al comunismo magnificó el entorno prebélico y en nombre del anticomunismo se cometieron atrocidades inimaginables, todas en forma de terrorismo de Estado. Y retrotraje a nuestra conversación hechos que afectaron a su propia familia aquí, en el norte de Guatemala. Entonces sí estuvo de acuerdo conmigo.
Las alianzas entre empresarios y militares no se hicieron esperar para ser recordadas. Y no dejamos de lado el impacto de la revolución cubana en el hemisferio occidental, y los actores externos de la Guerra Fría que detonaron las conflagraciones internas en donde las poblaciones civiles fueron las más afectadas. Concordamos en ello.
Aproveché para compartir con aquel amigo —devoto y empedernido cargador cuaresmal— acerca de lo que Francisco define como Cuaresma sin Pascua y le mostré por medio de Internet la noticia de que, en la Arquidiócesis Metropolitana, las organizaciones responsables de las majestuosas procesiones serán auditadas en cuanto sus cobros. Allí, en ese contexto, discordamos. Él, inconforme. Yo, feliz.
Nos despedimos con un abrazo y manifestamos —desde muy distintos enfoques sociopolíticos— que, en un año de pontificado, Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, ha logrado conmocionar estructuras. Ojalá puedan ser cambiadas para, como dice la contra solapa del documento, se recupere la frescura original del Evangelio.