Empiezo con estas líneas, recordando a mi buen amigo F. cambiando súbitamente a un tono muy serio para decir un terminante «Green Day NO es punk». El escenario, la acera afuera del único bar en zona 10 con un sofá cómodo, hace ya como una década.
Ya antes, F. había dicho que Nirvana no representaba al grunge, dado que es un fanático de Pearl Jam, pero lo de Green Day es una verdad que muchos melómanos comprenden a cabalidad y que justifica la existencia de la etiqueta Pop-punk, con la cual, por ejemplo, se cubren las crónicas publicadas hace un par de semanas en varios medios sobre la camiseta conmemorativa del aniversario de la publicación de Nimrod (1997), que contiene la foto de la ficha policial (mugshot) de Donald Trump.
El rock se producen en un contexto. Ese contexto puede ser objeto de una lectura más o menos compleja, que puede crear himnos generacionales, o canciones dignas del más elocuente olvido. Algo semejante sucede con Green Day, que puede ser juzgado por el valor del American Idiot (2004), ópera rock de un alto contenido crítico a la sociedad de consumo durante la guerra contra el terrorismo, o de las canciones de letras pegajosas como Oh Love, del álbum ¡Uno! (2012), o incluso por el Father of all motherfuckers, álbum de 2019 al cual varios críticos despedazaron sin piedad (el vínculo que incluyo va a una crítica mucho más equilibrada).
Lo de Green Day es una verdad que muchos melómanos comprenden a cabalidad.
La trayectoria de esta banda sabe de aciertos, fracasos y muchas experiencias al límite de la adicción-rehabilitación. Ya desde sus inicios, Green Day supo también lo que era la controversia: la banda escapó del circuito no comercial de bandas punk de California que tocaban en el club de Gilman Street, en Berkeley. Al firmar su contrato por una disquera fueron básicamente vetados durante varios años de ese escenario, por no cumplir con las estrictas reglas de la casa.
En Insomniac, el álbum de 1995, la canción 86 habla del veto: What brings you around?/ Did you lose something the last time you were here?/ You’ll never find it now/ It’s buried deep with your identity.
Ese contrato llevó a la creación del Dookie (1994) –álbum publicado en el mismo año de la muerte de Cobain– y cuyas canciones llenas de líricas con mensajes sencillos y directos, vino a darle un giro a las letras existenciales y dramáticas del grunge.
En el Dookie, canciones como Basket Case y When I come around son básicamente los éxitos más conocidos y, seguramente, sobreexplotados en la programación de radio, pero She, y Welcome to Paradise son también parte de un legado construido sobre la experiencia de abandonar el hogar paterno y relaciones complejas y dramáticas. En su conjunto, el Dookie es un álbum que se puede valorar altamente, y que el año entrante cumplirá 30 años de haber sido lanzado. Probablemente puede ser valorado ya como un adulto –disfuncional, seguramente–, pero ya no es un canto al final de la adolescencia.
Green Day volvería eventualmente a Gilman Street. En 2016, el video de Revolution Radio fue filmando en el interior del club.
Al terminar estas líneas, estoy escuchando a Dying Wish con Cowards feed Cowards bleed (2021), metalcore a ritmo y líricas muy lejanas al Pop-punk, que gritan sobre demonios internos que no se pueden engañar.