«Tu quoque»

El fin de semana participé en un microdebate en Twitter de esos que desaparecen casi tan rápidamente como aparecen, pero que nos dejan pensando.

Twitter es el lugar perfecto para pequeñas trifulcas que recuerdan el alboroto de los perros al cuestionar quién manda: gruñidos, posturas agresivas, quizá un ladrido y ya. Terminan en un par de segundos. Se define el territorio y cada quien sigue por su lado.

Empezó cuando María del Carmen Aceña, exministra e investigadora del CIEN, ante la creciente evidencia de corrupción de la expresidenta y legisladora argentina Cristina Fernández de Kirchner, afirmó: «Socialistas que con los recursos del pueblo se vuelven capitalistas. ¡Corruptos!». Dado que la corrupción es asunto sin bandera, comenté que establecer equivalencias entre posiciones políticas (en este caso socialista, pero podría ser cualquier otra) y corrupción no construirá un diálogo político viable. Su réplica —y con eso termina el primer round— fue devolverme una pregunta: «¿Y tu [sic] construyes diálogo?».

Por sus malas decisiones Fernández de Kirchner ahora tiene que vérselas con un juez en vez de corretear nietos. Mientras tanto, nosotros podemos reflexionar un poco más sobre el intercambio tuitero, que ilustra a la perfección por qué no ayuda el lanzar etiquetas políticas. Quizá aprendamos algo.

El primer problema es el silogismo defectuoso que construye María del Carmen, que implica que, si Fernández es corrupta y Fernández es socialista, seguramente los socialistas son corruptos. Eso es como afirmar que todos los comediantes son incompetentes porque Jimmy Morales lo es [1]. Contra estos errores de lógica ya nos advirtió el profesor de filosofía en la secundaria. El tema no es que los socialistas sean corruptos, sino que hay algunos corruptos que son socialistas. Así como hay corruptos que se pintan de libertarios, de conservadores, de socialdemócratas y de otras ideologías políticas.

El segundo problema es más de fondo: usar etiquetas simplistas distrae del contenido del debate político. Urge alcanzar acuerdos en aquellas cosas indispensables para todos, convenir sobre propósitos compartidos en nuestra sociedad e identificar medios para alcanzarlos. Las etiquetas distraen, pues nos dividen en facciones irrelevantes y atrincheran las posiciones.

La afirmación de la colega ilustra eso a la perfección. Si su intención fuera desviar la atención, podría declarar victoria: la mayoría de comentarios de terceros al tuit original se perdieron atacando (o defendiendo) a «socialistas» o «capitalistas» como los más culpables (o no) de los males que nos aquejan. Hasta hubo quien sacó a relucir un «bolchevique». Solo faltó la acusación de nazis. Mientras tanto, los corruptos, a los que poco importan las ideologías políticas —por eso son tránsfugas— y a quienes igual les da desvirtuar el liderazgo magisterial que aprovecharse de una carrera de media maratón, esos quedaron enteramente olvidados.

Las etiquetas distraen, pues nos dividen en facciones irrelevantes y atrincheran las posiciones.

La tapa del pomo del problema retórico estuvo en la réplica final de María del Carmen, también para libro de texto del antañón profesor de filosofía de la secundaria. El tu quoque que cuestiona mi credibilidad como crítico («¿Y tu [sic] construyes diálogo?») es un distractor irrelevante. Quiero creer que busco el diálogo, pero, aunque fuera yo un fulano obcecado y tramposo, aún así persistiría el hecho de que arrojar a mansalva etiquetas de izquierda o derecha no construye condiciones para el diálogo ni encuentra soluciones, y ella seguiría sin haber argumentado lo contrario.

Pero ese tu quoque es más que un recurso retórico de lógica defectuosa. Es, sobre todo, herencia del silencio político, el ¡sho! predicado sobre la pertenencia al club, al bando, en vez de sobre las características objetivas de los problemas y los méritos propios de los argumentos. Nos lleva a creer que solo el cristiano puede opinar sobre la Iglesia. Que el extranjero no puede señalar a los diputados corruptos. Que la izquierda no debe denunciar la corrupción de Fernández de Kirchner. Que la derecha lo hará solo por motivos ulteriores. Que las críticas a los Arzú no tienen mérito porque son empresarios.

Mientras tanto, resulta que Aceña y yo (usted también) tenemos una necesidad compartida: deshacernos de la corrupción que no deja consolidar un sistema político abierto y sujeto a reglas. Nos conviene tanto a ella como a mí que la contienda política sea entre conservadores, centristas y progresistas democráticos, transparentes y decentes. A ella debería interesarle sacar tanto a los empresarios corruptores como a los políticos vendepatrias, los sindicalistas rastreros y las fundaciones aprovechadas. Y a mí también. Esto exige hoy unidad de propósito, no fragmentación de bandos predicada sobre etiquetas vacías y lógica defectuosa.

 

[1] Con ironía no intencional, también implica otra falacia: si los socialistas al hacerse corruptos llegan a capitalistas, ¡todos los capitalistas son corruptos! El tráfico en silogismos defectuosos es cosa delicada. Por eso, niños, no intenten esto en casa.

Autor