Trumpstopía

La posibilidad de que Donald Trump sea elegido el cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos este otoño suena cada vez menos a chiste de mal gusto. Así como con Jimmy Morales en Guatemala, ya no es tan descabellada la idea de que otro bufón que presume inexperiencia en asuntos de gobierno como una virtud pueda llegar a la cabeza de un país. Salvo que no es cualquier país, sino que uno que al pulso de un botón puede armar la de San Quintín con una guerra atómica.

Desafiando el convencionalismo republicano, los trumpbelievers suman más adeptos, incluso —o sobre todo— dentro de los rangos más establecidos del partido. Este fin de semana el gobernador de New Jersey y excontendiente por la presidencia, Chris Christie, expresó su apoyo al acaudalado empresario del entretenimiento aduciendo que Trump era el candidato más fuerte para vencer a Hillary Clinton. Asimismo, la exgobernadora de Arizona Jan Brewer, una de las mayores proponentes de medidas antinmigrantes en el país, también expresó su confianza en quien sigue apostando por erigir un muro entre dos países a cuenta del Estado mexicano. Hasta el polémico político francés de extrema derecha Jean-Marie Le Pen lamentó no ser estadounidense para votar por el arribista candidato presidencial. ¡Cuántos chapines no anhelarán lo mismo! Sobre todo últimamente, cuando existe la creencia, desde las derechas hasta las izquierdas, de que la gobernabilidad en Guatemala viene con instrucciones en inglés.

¿Cómo luciría la trumpstopía, una distopía marca Trump? Podría ser una versión de esa sociedad actualmente soñada por los neoconservadores estadounidenses (a saber, una América grandiosa, capaz de imponer su poderío militar y presta a reasumir su destino como policía del mundo), pero menos aburrida, con efectos mercadológicos y publicitarios que mantendrían todavía más distraída a una población adicta ya a sensaciones y gratificaciones inmediatas. Un reality show continuo que terminaría por alienar todavía más a la gente, sobre todo a aquellos sin educación, que Trump dice querer tanto. De este modo, la diplomacia blanda detrás de iniciativas como la Alianza para la Prosperidad podría ser remplazada por operaciones antinarcóticas más bélicas y menos comprensivas que la actual ayuda condicionada para la región centroamericana.

¿Exagero? Me encantaría. Pero, a juzgar por su (falta de) campaña electoral y sus debates virulentos y sin sustento, un país altamente tecnocrático pasaría a ser uno sin un plan de gobierno, a discreción de un presidente con mano férrea sobre un Congreso que seguramente permanecerá en manos republicanas. Sería un gobierno autoritario, antidemocrático, xenófobo y racista. Su total silencio ante el apoyo que le confirió un connotado representante del Ku Klux Klan bajo el argumento de que no conocía nada de este grupo confirmaría que su gobierno legitimaría doctrinas de la supremacía blanca. Un país violento, de prejuicios abiertos en el que quien no luzca blanco puede ser considerado un peligro para la sociedad, desde criminal hasta terrorista. El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo pasaría a ser Trump Inc. sin dejar muchos departamentos de Estado sin privatizar.

¿De chiste? Ojalá. Pero hasta ahora el antipolítico ha ganado tres de cuatro primarias y las proyecciones apuntan a que hoy, supermartes, saldrá vencedor en la mayoría de los 12 estados donde se desarrollarán primarias republicanas. Trump y el partido republicano han sabido capitalizar mejor la ansiedad y el enojo de la población blanca trabajadora, una base que los demócratas no han sabido escuchar y atender al tiempo que la economía ensancha disparidades en el ingreso y la calidad de vida. Aunque el mensaje de clase y de revolución política de Bernie Sanders tiene a los mismos destinatarios, su idea de socialismo quedó sometida al trumpismo.

El problema con el trumpismo es que busca sustituir a las actuales élites dominantes que critica vehementemente con su propio elitismo autoritario y demagogo, a la sombra de un proyecto que debiera inspirar poca confianza cuando sus empresas e iniciativas privadas no han sido siempre las más exitosas. Queda en poder de los ciudadanos, especialmente del lado republicano, organizarse e impulsar un mensaje de unidad que frene el extremismo y el odio. Solo así el 2016 no será la antesala y la encarnación de esa distopía orwelliana que es 1984.

Autor