En 2009 se publica la segunda parte con el título de Superfreakonomics y continúa en un esfuerzo (exitoso a mi criterio) de demostrar que la economía es una ciencia que cuenta con herramientas excelentes para la obtención de respuestas, pero que sufre una seria escasez de preguntas interesantes. Al final del primer libro, también enuncia que la conducta económica de los individuos en una sociedad es dirigida por tres causas: la información, los incentivos y la ética.
Una de las formas recurrentes de demostrar su hipótesis es abordar afirmaciones repetidas tantas veces y en tantos medios que se han vuelto verdades incuestionadas, pasan a la categoría de “leyendas urbanas” y nadie se acerca a observar datos estadísticos, desarrollo de fenómenos o evidencia empírica que tiran de la sábana del fantasma. Entre las mejores tiradas de sábana están, por ejemplo: demostrar estadísticamente que para la seguridad de un niño es más riesgoso tener una piscina en la casa que tener un arma en la casa, dada la cantidad porcentual de accidentes mortales que se ocasionan en piscinas comparadas con las ocasionadas por armas.
También se demuestra, en función de cómo actúan los incentivos sobre las actitudes profesionales de las personas, que un vendedor de casas tiende a mantener en el mercado un período mayor de tiempo su propia casa en venta que la de un cliente, y esto parte del análisis del monto de la comisión percibida como porcentaje sobre el precio de venta; la ventaja para el vendedor no es significativa en función de la comisión cuando sí lo es al recibir el monto total por la venta de su propiedad.
Siguen los ejemplos al abordar temas como la ética, y demuestran que los luchadores de sumo en Japón tienden a arreglar resultados de combates con el fin de que los coleros de la primera división no pierdan su categoría y esto se logre sin afectar a los ya clasificados primeros, quienes al no tener nada que perder interpretan el perder a propósito como una mal entendida solidaridad. Asimismo, demuestran que maestros del sistema de educación estadounidense han alterado resultados para mostrar un mejor rendimiento del grupo de alumnos en ciertas escuelas con el objetivo de no perder asignaciones presupuestarias (me recuerda al director Skinner y su necesidad de ahorrar recursos y cuidar a Lisa Simpson para mantener su presupuesto en la primaria de Springfield).
El segundo libro (Superfreakonomics) continúa con esta forma interesante de entender los fenómenos sociales con instrumental económico, incluyendo un análisis extremadamente simpático donde demuestra como en Estados Unidos es más peligroso ser un peatón borracho que un conductor borracho. Más allá del mohín de disgusto que pueden hacer muchos colegas ante libros como los que menciono y promociono hoy, recuerdo un chiste popular sobre economistas y que dice algo así: “Economista es todo aquel que quiere hacernos creer que nosotros no entendemos aquello que él no entiende”.
¿Por qué no nos detenemos un rato y nos acercamos a algunas de las afirmaciones escritas en piedra y que se han vuelto leyendas urbanas de la economía guatemalteca? ¿Será cierto que el ocho por ciento del PIB guatemalteco se va en exenciones fiscales o será que este número sale a partir de un concepto discutible de lo que es una exención? ¿Será cierto que los cultivos de exportación disputan territorio a los cultivos para alimentación o será que este criterio se expresa sin considerar cuáles son las vocaciones y aptitudes de los suelos? ¿Son las cuotas de transporte marítimo aplicadas a Guatemala las que nos hacen menos competitivos frente a socios comerciales similares? Aunque usted no lo crea, son varios los fantasmas a los que tendremos que tirar de la sábana antes de empezar a avanzar.