Desde tiempos inmemorables, los frutos de la tierra ha dado muchos sentidos a la vida en sociedad de este lugar: en un primer fue el maíz y el cacao, luego los españoles trajeron el trigo, el azúcar, el café, el algodón, y entre todos ellos apostaron por el añil y la cochinilla. Cultivos extraños para los pueblos originarios. Las tierras y los ríos sirvieron para explorar la posibilidad de oro y plata o para lo que se llamaba el “lavado”, como los primeros pasos de actividades mineras en Guatemala y Centroamérica. La tierra modificó las relaciones de poder y de trabajo, y los grandes hacendados –primero aprovechando el repartimiento y la encomienda y luego con la revolución liberal de 1981− se hicieron de grandes fincas y de trabajo asegurado, a bajo costo, con nulas garantías y casi forzado, por el bien de la nueva patria y el desarrollo que buscaba insertar a Guatemala en el mercado internacional.
Cuando los precios del café se vinieron abajo a finales del siglo XIX, se pensó en diversificar el cultivo y así –como antes con el café y las tierras de Alta Verapaz− se llamó a los gringos a ver si les interesaba cultivar banano. No sólo les interesaba eso, sino también tener el monopolio de las vías ferroviarias en Centroamérica, un puerto privado para exportar y algunos otros detalles de vertebral importancia para nuestra real independencia. Hoy algunos de estos cultivos siguen siendo parte de la vida de muchos guatemaltecos, como otros proyectos productivos alimentados por los recursos naturales, como la minería y los monocultivos. Cada vez la tierra y su uso, sigue cambiando la vida de quienes la trabajan y quienes viven en ella, los más cercanos.
Es por eso que la tierra ha sido siempre territorio, porque va más allá de cómo el sistema económico la ha querido ver. No es sólo factor de producción, sino es ante todo la relación de muchas personas con la vida, con su alimentación, con su cosmovisión, con su religión. Aunque no queramos, esa forma de ser del territorio no es cuestión únicamente de pueblos indígenas, sino también de todos: nadie puede hacerse al lado de nuestra relación con el ambiente, con lo que comemos, con el aire, con el agua. Aunque nuestra realidad capitalina, más permeada por valores culturales del consumismo, nos haga creer que el territorio es sólo para “los del campo”, para los “del interior”. El agua no es sólo para bañarse, los árboles no son decorativos, el subsuelo no es una imagen en un libro de geografía, y lo que se hace con estos recursos no es cuestión sólo de empresarios emprendedores o de campesinos rebeldes.
Con el territorio vienen de la mano dos aspectos importantes, el trabajo y la propiedad. Si el panorama cambió con el nuevo orden finca, lo hizo también el trabajo y la relación laboral que se mantuvo entre el patrón y el trabajador. Con el trabajo también se vio modificada la manera en cómo comunidades vivieron, en cómo niños sólo estudian una época del año para luego bajar a las tierras de la bocacosta a cortar café. El trabajo no quiere ser visto en Guatemala como un eje transversal de nuestra sociedad. Mientras este tema sea tabú o engorroso para muchos y sólo se presenten imágenes risueñas de hombres y mujeres felices trabajando en ingenios, que esconden la realidad de un trabajo que absorbe y que encadena nuestra humanidad, Guatemala seguirá siendo seguramente un país en donde cualquiera quiera venir a invertir, porque eso de “poco costo” mucho plata del extranjero y de por acá atrae, y el bajo costo es a base de trabajo mal renumerado y en malas condiciones o de recursos no renovables.
Por otro lado, todos estos recursos se pelean, cuando no se roban, se mata para adquirirlos, o simplemente se chafea un título de propiedad. Los recursos naturales, con el gran ejemplo de la defensa aguerrida de la tierra por décadas, se defienden en Guatemala. La propiedad está en disputa, porque con el perdón del poder institucional, la ley amañada no puede ser ley. La propiedad se defiende, porque como han dicho tantos, el territorio y los recursos naturales son la vida en la posibilidad de futuro que le damos como hombres y mujeres.