Tendiendo puentes

La relación entre madres e hijas es de las más complejas e intensas. La identidad de la mujer como tal se define, en gran parte, por la relación que ésta tiene con su madre. La relación que yo tengo con mi madre es de discusiones constantes, en la casa de mis padres el diálogo es la norma no la excepción.

Siempre hemos partido de la premisa  que sólo se puede discutir cuando se consideran los sentimientos y las ideas de la otra persona tan válidos como los propios; precisamente, ésa es la parte difícil en un diálogo. Entre padres e hijos la situación se torna aún más complicada porque muchas veces esos valores y los conceptos que tienen los padres no coinciden con los de los hijos.

En mi casa, el tema del conflicto armado interno es uno de esos asuntos en los que mis padres se sienten afectados por no haber transmitido los valores y las ideas que ellos consideran. De alguna forma esperan de mí una actitud más radical y más clara. Cuestión que, honestamente, no tengo.

Respecto del caso, como establecí en una columna anterior, considero que lo único que ha generado es una imagen clara de la situación del sistema de justicia en el país, que es patética empezando por los abogados y terminando por los magistrados de las Cortes. El genocidio, el racismo, el machismo, la exclusión, la pobreza, el medio ambiente, las minerías, el monocultivo, son todos temas que deberíamos discutir en nuestras casas y en nuestros círculos. Son cuestiones que nos afectan y que conforman nuestra historia como Estado.

La pregunta es cómo se discuten estos temas cuando lo primero que hacemos es tacharnos de comunistas o de terroristas. Estas acusaciones, muchas veces sin sentido, inhiben la discusión. Muchos valientes reciben las etiquetas de forma grata (son olotes) otros no tanto. La mayoría creo que son del equipo del no tanto. Entrar en una discusión cuando sé que mi interlocutor va a desechar todos los argumentos porque me considera de tal o cual tendencia (comunista, oligarca, izquierdista, imperialista, etc.) la mayoría de veces genera violencia y no permite el intercambio de ideas.

Desde hace varios años tengo una amistad con jóvenes con quienes no comparto posturas en cuanto a empresarialidad, derecho, política, Estado, identidad y muchos otros temas. Pero a quienes siempre he admirado porque me han tratado con respeto y me han permitido crear puentes y comprender que en el diálogo podemos encontrar puntos en común.

Estas relaciones son la esperanza que tengo de un país mejor. Considero que en esta etapa de la historia guatemalteca podemos constatar que las generaciones anteriores nos dejaron en un país sin diálogo. Nos dejaron un país en el que no hay identidad porque no ha habido discusión. Así como una hija y su madre que no se confrontan y no discuten, vivirán amargadas, victimizándose y acusándose por el resto de sus vidas y heredarán esto generación tras generación; en nuestro país si no empezamos a discutir y a confrontarnos, respetando los sentimientos y pensamientos de los demás, vamos a seguir etiquetándonos y en constante guerra. Tender puentes es lo que nos va sacar de este barranco. 

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