Sopa de letras

Tal parece que para algunos, hay que mutilar el abecedario. Temerosos y temblorosos de lo que pueda surgir de los tribunales ante el proceso por genocidio, prácticamente enloquecen con la sola idea de pronunciar la palabra y hacen esfuerzos denodados porque desaparezca del diccionario. A tal extremo que podría decirse que ya les hace roncha la sola existencia de la humilde letra “G”.

Como el avestruz que entierra el pescuezo pero se descubre el rabo, estas personalidades prefieren dejar de decir general con tal de que tampoco se pueda decir genocidio con todas sus letras y toda su barbarie. Levantan la ceja de sólo pensar que se diga oficialmente lo que sucede. Porque una cosa es que de las fronteras para afuera se diga que todas y todos “somos iguales” y otra muy distinta que de la frontera para adentro se practique y se pregone que hay algunos más iguales que otros.

Y claro está, ello quedaría evidenciado, dicen, si las cortes concluyen con que aquí sí hubo genocidio y que fue cometido contra el pueblo ixil, el cual sufrió la ejecución masiva de sus miembros (cerca del 20% de su población); fue sometido a tratos crueles e inhumanos que le llevaron a muerte por inanición; enfrentó masivas y sostenidas violaciones sexuales -sus mujeres fueron botín de guerra-; sufrió la ejecución de infantes y no natos así como la “reubicación” y desplazamiento forzado de poblaciones y al igual que niños y niñas; y, fue forzado a la transformación de patrones culturales y a la destrucción de su tejido social por un simple hecho: ser ixiles.  Ése y no otro, fue el delito que se les imputó y por el cual, las fuerzas armadas de Guatemala les aplicaron sumariamente la condena a la muerte física y cultural.

Ése es el caso cuyo abordaje debiera enorgullecer a las cortes y llenar de satisfacción a la sociedad en su conjunto. Pero lejos de ello, en realidad, ha significado que la otrora digna Corte de Constitucionalidad, en un franco ejercicio de incumplimiento de deberes, no sólo no ponga orden en el proceso sino que, al final de cuentas se convierta en parte del problema. De esa cuenta, en un galimatías jurídico que lleva el proceso a un limbo total, ordena sin ordenar, resuelve sin resolver y termina por lavarse las manos sin marcar con claridad la ruta a seguir.

Ruta que no debe y no puede ser otra que la de la justicia. Palabra simple, que se escribe con “j” pero que ha estado ausente de nuestra vida democrática pues ha reinado otra que empieza con “i”, es decir la impunidad. Así, mientras se mutila una letra, se mantiene en coma a otra, una más reina como ama y señora para permitir la fiesta del olvido como si con ello una sociedad pudiera llamarse tal.

En la prisa por destruir la poquísima credibilidad del sistema, poco ha importado la verdad de las y los ixiles. De ese enjambre de seres que viajaron desde sus recónditos pueblos, aldeas y caseríos para venir a contarle a las y los jueces pero también a las y los ciudadanos, lo que vivieron hace tres décadas. Esas noches de horror y pesadilla que representó la llegada de la tropa enloquecida llamada a “quitarle el agua al pez” mediante la comisión de actos de genocidio.

Como puede ser costumbre, sin que ello sea fuente de derecho, ahora en nombre de las garantías que le fueron sistemáticamente negadas a las víctimas, se protege a los criminales y se les permite desplegar no una sonrisa sino una carcajada de impunidad. Con ellos no solo sus abogados sino también esa casta reciente de nuevos contrainsurgentes y anticomunistas de panfleto, verdaderos vividores del conflicto y de la guerra.

Todo gracias al jueguito de las letras que de tanto negar y mutilar en el lenguaje, podría llevar a tal nivel de negación que en el afán por desaparecer la “g” terminarían por forzar a que nuestro país cambie de nombre y de Guatemala pase a ser uatemala, con tal de negar el GENOCIDIO.

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