Es la hora del noticiero de las siete de la mañana en Honduras, y el conductor del programa anuncia una noticia lamentable: un trabajador de la construcción ha laborado todo el día enfrente de un grupo de supuestos “pandilleros”, quienes han estado disparando sus armas al aire toda la mañana. Repentinamente, los jóvenes deciden practicar el tiro al blanco con el infortunado albañil. Su único pecado aparente es el de hacer hecho varios viajes llevando arena enfrente de ellos, sin mostrar temor; ahora yace muerto, en medio del llanto de sus familiares.
Mientras veo la noticia, me conmuevo profundamente, pensando el dolor de la familia, y me pregunto: ¿Cómo puede una sociedad llegar a esos extremos de violencia, odio hacia el que no es como nosotros, insensibilidad frente al dolor, y salvajismo? Para la sociedad es un número más; para el canal, una noticia de tantas, para la mayoría de observadores, sólo una historia conmovedora que pronto se olvidará, en medio de tantas malas noticias; para la familia, un dolor que permanecerá toda la vida.
Escucho atento en las próximas horas las opiniones de principales líderes políticos del país: una interminable lista de problemas aquejan a los hondureños, empezando por una institucionalidad del Estado que está en franca crisis; se multiplican las denuncias de corrupción y abuso de autoridad, y el contexto es una galopante crisis económica que hacen más dramática la marcada ineficiencia de los organismos del Estado. Para complicar las cosas, la delincuencia aumenta sistemáticamente hasta cifras inimaginables: 225% de aumento sostenido en los últimos ocho años.
Paradójicamente, cada líder político le atribuye responsabilidad a la contraparte, especialmente al grupo conformado por los dos partidos dominantes: El Partido Liberal, y el oficialista Partido Nacional. Especial mención se hace al Partido Libertad y Renovación (Libre), a quien todos atribuyen el origen de la profunda crisis que aqueja al país: Libre surge a partir de los hechos que llevaron a Manuel Zelaya a perder la Presidencia de la República en el 2009.
Me llama especialmente la atención la explicación de uno de los entrevistados: la honda crisis es producto de la instrumentalización del poder para beneficiar intereses sectoriales, aún si ello signifique debilitar la institucionalidad del Estado, o perjudicar a toda la población. Es el llamado Estado Rentista descrito por Anne Kruege. O en las sencillas palabras de uno de nuestros interlocutores: el uso del Estado para socializar las pérdidas, y privatizar las ganancias.
Por un tiempo, el negocio parece ser funcional; hasta que la crisis pega tan fuerte, que amenaza la existencia misma de la sociedad, como en el caso de Honduras.
La crisis de Guatemala quizá no sea tan pronunciada y compleja como la de Honduras, pero indudablemente, muchos indicios muestran que nos encaminamos lentamente a un escenario parecido al de Honduras del 2013. La destacada académica Denisse Dresser así lo ejemplifica para el caso de México:
“El problema surge cuando ese modelo comienza a generar monstruos; cuando ese apoyo gubernamental a ciertas produce monopolios, duopolios y oligopolios que ya no pueden ser controlados; cuando las «criaturas del Estado» -como las llama Moisés Naim- amenazan con devorarlo”.
* http://www.eluniversal.com.mx/notas/573207.html.