Saldos del horroroso recién pasado septiembre

Guatemala arribó, como si nada, a 201 años de la independencia de España. Este hecho, como todos los años, generó que durante las primeras dos semanas del mes pasado se llevaran a cabo los tradicionales actos cívicos escolares y demás actividades relacionadas con dicho acontecimiento.

Cuatro días antes del 15, sin embargo, la muerte de más de diez personas a la salida de un concierto en Quetzaltenango enlutó de por sí la ya sombría celebración patria. La muerte de estas personas no se debió a un acto terrorista ni como producto de una balacera o algún acto violento de esos a los que tan acostumbrados estamos por estos rumbos. No. La causa fue solamente la falta de organización, de prevención y de cuidado por parte tanto de los organizadores como de las autoridades encargadas que no velaron porque las cosas se hicieran bien. La falta de empatía por parte de unos y otros, así como de los artistas involucrados indignó a la población, que se manifestó al menos en las redes.

Poco después, alguien murió mientras portaba una antorcha, algo así como el símbolo de lo que por analogía debería morir también. Es decir, esa abrumadora exaltación, por exagerada ficticia, de lo que se considera amor por la patria y que se derrocha en esos días previos al 15 de septiembre, como si con ello se cubrieran los desmanes, abusos y corrupción que se cometen el resto del año.

Para culminar el mes, el sábado 24 dos vehículos cayeron en un hoyo que se abrió en Villa Nueva. Cinco días después, el 30 de septiembre, los cuerpos de dos de las víctimas, ambas mujeres, fueron finalmente encontrados 30 metros por debajo del asfalto.

A pesar de otros hechos trágicos acaecidos durante el pasado mes los tres mencionados son suficientes para que reflexionemos en torno a las razones por las cuales se dieron estas situaciones y, sobre todo, para qué pasaron. Nos corresponde, como ciudadanos, al menos darnos cuenta de que, en realidad, sin ninguna metáfora de por medio, ya tocamos fondo.

En primer lugar, es obvio que tanto lo sucedido en el concierto en Xela como la muerte de quien portaba la antorcha conmemorativa no son hechos que se hayan dado por primera vez en nuestro territorio. El que ambos sucedieran en el mes de septiembre, con pocos días de diferencia y antes de la fecha cívica más importante para el país, sí lo es. Si analizamos las causas por separado es fácil dirimir responsabilidades. No obstante, en este como en el tercer caso expuesto, lo que importa no es continuar con este análisis sino profundizar en lo que en verdad significan para un Estado y quienes lo habitamos.

En segundo lugar, nos corresponde en ese sentido ver cómo lo que antes se consideraba una posibilidad de ficción absurda, hoy por hoy es una realidad: no solo podemos ser víctimas de la imparable violencia cotidiana y que involucra por ende a las instituciones que deberían protegernos (salud, educación, etc.) sino también de la que se manifiesta en la actualidad como efecto de la corrupción de décadas. Nos encontramos expuestos, de manera independiente a la clase social a la que pertenezcamos, a la probabilidad no solo de ser cubiertos por derrumbes en las carreteras sino estas, en cualquier momento y lugar, pueden abrirse y literalmente tragarnos como sucedió con los dos vehículos ese fatídico 24 de septiembre pasado.

Como todo está concatenado, la situación de ahora no se arreglará por sí sola. Si esa infraestructura vial no se repara de manera eficiente y definitiva, lo que vimos será solo el comienzo de una carrera trágica cuyo final no se vislumbra esperanzador ni a corto ni mediano plazo. 

Es un hecho que, como vamos, solo podemos empeorar.

Así, pues, si queremos cambiar las cosas y recobrar un mínimo de decencia, hay que tomar medidas al respecto. ¿Cuáles? Lamentablemente, no está en mis manos dar una respuesta definitiva y alentadora. Veo, eso sí, la urgente necesidad de tomar acciones concretas que tiendan al bien común en tanto todos estamos expuestos a un peligro evidente.

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