Romper nada

La noche me encuentra escuchando Fear of the Dark (1992), de Iron Maiden, ese himno a la nictofobia, mientras a lo lejos se escuchan sirenas de ambulancias alejándose sobre la avenida Hincapié. Luego quedan el silencio, la oscuridad y la oportunidad de llenar con palabras la hoja en blanco.

Empezar a escribir en el 2021 con ganas de encontrar algo de frescura se vuelve una tarea compleja. Mis lecturas en estos primeros días del año cubren un amplio espectro, desde quienes con razón comparan el asalto al Capitolio con el incendio del Reichstag hasta las crónicas del infernal viaje del Demerara, el barco que escapó de los submarinos alemanes y que en 1918 propagó la gripe española por Río de Janeiro.

Sin embargo, yo elijo hablar ahora sobre Rompan todo, el documental de Netflix que no ha dejado indiferente a nadie. Y no se espera menos de algo que se etiqueta a sí mismo como la historia del rock en esta región del mundo. Mucho ruido mediático que al final de sus seis capítulos deja la sensación de apenas ser una parte de la historia y, especialmente, de que es la parte de la historia que se decidió contar desde la perspectiva de las disqueras, de quienes venden los discos.

Rompan todo es la historia de Gustavo Santaolalla y de su particular entendimiento de la escena del rock en esta región del mundo. Como toda pretendida última palabra sobre cualquier tema, no lo es, ya que siempre queda una parte de la historia sin contar. Algo o mucho queda por decir.

Y en este caso la historia de Santaolalla tiene al menos tres vacíos importantes: pretende hablar de Latinoamérica omitiendo (apenas) el Brasil. Sin mencionar a Raul Seixas, al menos se pudo haber incluido una referencia a Os Paralamas do Sucesso. Habla del rock sin mencionar siquiera el metal (un pecado total en la región andina), y las mujeres son apenas referencias o testimonios en sus historias. Ninguna parece haber sido protagonista.

Como toda pretendida última palabra sobre cualquier tema, no lo es, ya que siempre queda una parte de la historia sin contar.

Con un enorme énfasis en las historias del rock argentino y mexicano, la mención en un par de minutos de los Redonditos de Ricota y del Indio Solari usando imágenes de un concierto de los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, que es en sí un fenómeno social de características épicas, parece decir a las claras que Santaolalla no los produjo. Lo mismo vale para la mención casi referencial de Rockdrigo, que representa la historia del rock urbano de la ahora ciudad de México. El compositor de Metro Balderas (popularizada por El Tri) podría haber merecido algún espacio mayor.

El gran mérito del documental es colocar el rock en el contexto político de la represión de los años 70 y 80 del siglo pasado. O al menos pretender reivindicar la rebeldía. El relato del documental crea una visión sobre el contexto de Los Prisioneros en Chile (El baile de los que sobran) y de la narrativa urbana en las historias sobre las que canta Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, con Don Palabras como un testimonio vital.

Al finalizar, estoy escuchando Yellow Submarine (1969). Cincuenta y un años, y su sonido sigue conservando la frescura original de ese canto a la soledad. Y me quedo con la certeza de que la última palabra sobre el rock no está dicha. Y nunca lo estará.

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