«Rock» de cantina (a propósito de esta noche)

15 calle A y 11 avenida, zona 1. Encontrar el sitio me llevó un rato y al menos veinte llamadas telefónicas. Al final estacioné el auto donde pude y caminé —solo para perderme una vez más—.

Un cartel dentro del local anuncia el nombre del sitio: El Costumbro. Una vista rápida a las paredes del local habla del son compuesto para marimba por el coronel Desiderio Gallardo Ruiz, que el general Ubico mandó publicar en 1936 en los talleres de la Tipografía Nacional. Sobre la barra, dominada por un plasma a colores que transmite La rosa de Guadalupe, hay recortes de periódicos con equipos de futbol de los años 50.

Un recuerdo de una noche perdida en la historia del ahora lejano 2004 me llega de repente. Regresábamos una noche con el inefable Rodrigo Abd —antes y después del Pulitzer un gran tipo— luego de un partido de futbol que habíamos perdido en el último minuto. Mientras nos recriminábamos mutuamente la última jugada, la esquina de El Costumbro sobre la 11 avenida se iba acercando, y con ella, la silueta de una silla de ruedas cromada, abandonada a la mitad de la avenida, justo enfrente del bar.

Deben de haber sido cerca de las 21:00. La música salía de adentro de la cantina, y los borrachos se acomodaban sobre las aceras. No había rastros de quién podría ser el propietario de la solitaria silla de ruedas, que se fue haciendo cada vez más pequeña en el retrovisor. Las interpretaciones persisten hasta ahora. Por supuesto, la favorita fue aquella del chiste del tipo que después de una gran noche de copas llega a rastras a su cama y su esposa lo despierta al día siguiente con aquello de: «Llamaron del bar. Dejaste la silla de ruedas. Otra vez».

Esa era la imagen en mi cabeza mientras discutíamos, frente a unas cervezas, las ideas de lo que podría ser la noche del rock de cantina. Un duelo no es necesariamente lo que nos atrajo a los implicados. Esto va a ser más bien un recorrido por la historia de ese anciano que es el rock, en una lugar que seguramente habrá conocido largas noches de bohemia a ritmos de marimba, diferentes a la guitarra de Jimi Hendrix, a la cítara de Brian Jones o al poderoso discurso de Cerati dando «gracias totales» en De música ligera.

Y la combinación promete.

Porque, así como a veces se escribe desde la nostalgia y también se compone música desde sensaciones poderosas como la ausencia —los Pink Floyd añorando a Barrett o la tristeza que destilan los versos de Lou Reed en Heroin—, la noche promete una sensación escasa y esquiva en estos días: alegría pura y dura.

Así que, si tienes interés en saber cómo puede sonar David Bowie cantando «… put on your red shoes and dance the blues» en una cantina como El Costumbro, acompáñanos esta noche. Y tal vez podamos preguntar juntos por la silla de ruedas cromada.

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