¿Quién lo hubiera creído?, ni los gritos en el Maracaná ni la aplastante victoria de la verde-amarela sobre la selección española en la final de la Copa Confederaciones acallaron a las masas humanas que entre otros deseos ambicionan dejar de ser eso precisamente, mujer y hombre masa: busca respuestas y Esperando a Godot.
Indudablemente, Brasil está en un período de trascendencia. Tal y como lo explicó en las redes sociales una amiga brasileña: “Estamos viviendo un momento especial en todo Brasil. Esperamos que una nueva historia esté siendo escrita”.
Pero, ¿cuál es ese momento especial?, y, ¿de qué se trata esa nueva historia? A mi saber y entender, el momento es el de la explosión, el instante de la irrupción del descontento por el tipo de políticas que se han llevado en aquel coloso del Sur. Políticas que han situado a todas y todos en la palestra del consumismo. Y la nueva historia se trata de la recuperación de su Brasil, el Brasil que entre futbol, desfiles de carnaval y bailes, se les escapó de las manos provocando una terrible hambre de ser que no sació el espectáculo.
No se trata esa historia de desechar identidades (deporte, carnaval y tradiciones). Se trata de salir del anonimato al que empuja la manipulación de actividades que bajo la égida de, al pueblo pan y circo, coloca a mujeres, hombres, niñas y niños de espaldas a la educación, la ciencia, las artes, la salud y el bienestar, la dimensión social de sus actividades, la dignidad de la persona humana y conculca los mínimos derechos como tener un transporte público acorde a nuestra condición de seres humanos. Fenómeno éste que acontece en toda América Latina con más o menos parecidos.
Esa asonada de masas sin un color político específico se ha generalizado en nuestro planeta. ¿Quién lo diría?: Muchedumbres inglesas, españolas, norteamericanas y brasileñas han puesto la bandera en Flandes. La diferencia carioca estriba en que es la juventud la que ha salido a las calles y los movimientos sociales se han unido para hacer un solo frente.
Sin perjuicio de su identidad, los brasileños se cansaron de las mascaradas. Se cansaron de decidir en círculos de playa quién o quiénes deben integrar su selección nacional de balompié y se hartaron de discutir sinrazones para dar paso a la legítima aspiración de tomar decisiones de Estado que les beneficien en su hoy y ahora y les permita delinear su futuro. Estamentos estos donde, en los últimos años, no se les ha tomado en cuenta. No se trata entonces de abolir la samba, no se trata de hacer a un lado el futbol. Se trata de no colmarse con ello y dar la importancia debida a la necesidad de trascendencia que el ser humano tiene por naturaleza: Ser más él, ser más ella y sentirse sujetos y no objetos de políticas engañosas. Los artífices de esas políticas —hasta el día de hoy— han utilizado el espectáculo para enceguecer colectivamente.
Ya lo decía Ángel Torrellas en su artículo “Dios en la Música” que publicó en Managua en la revista Nuestra Iglesia, (Frailes Dominicos Ediciones), el año 2002: “Los seres humanos han necesitado trascender para perpetuarse en la historia, encontrar la imagen y voz de un Dios interlocutor que les dé seguridad, los haga sentirse como en el hogar a pesar de las adversidades, pueda proveerles el sentido de ser algo o alguien en el cosmos y les dé una explicación racional de su transitoriedad y su finitud en la vertiente del tiempo. Y desde las comunidades primitivas hasta la actualidad la música fue el lenguaje sublime para hacer patente a esa divinidad”.
Los brasileños entonces están recuperando su historia, buscando sentido a su presencia y transitoriedad en su amado Brasil. Procurando intervención y arbitraje en las disposiciones que les afecten o beneficien. Vg., acerca de los megaproyectos que han secuestrado tierras y voluntades. Gestionando acuerdos que les beneficie a ellos y no a las élites que se han valido de contratos leoninos para quedarse con la mejor parte. Volver a creer y construir sobre nuevas dinámicas sociales: Más legales, más justas y más éticas.
Estos movimientos no deben ser estigmatizados y no pueden dejar de ser seguidos por nosotros, los habitantes de la patria grande: Latinoamérica. Porque, el mal ese, el de la farsa política y la corrupción nos afecta a todos. De hacerlo, recuperaremos lo nuestro sin dejar de cantar y bailar todos aquellos ritmos que junto al Canto Popular, tienen una ética y estética definida que permite, desde ser una expresión de inconformidad hasta una manifestación de belleza creadora y renovadora.
Brasil nos lo está demostrando: Sí podemos tener otro futuro.