En unos meses habrá elecciones. ¿Qué se elige? ¿Vale para algo el voto? ¿El pueblo manda?
Las preguntas pueden parecer triviales, pero en realidad son las cuestiones básicas que debemos plantearnos. Más aún en este momento de crisis, cuando la ciudadanía salió de un largo letargo y comienza a cuestionar cosas, a rebelarse, a sentirse protagonista.
Hay pocas palabras tan manoseadas como democracia. En su nombre puede justificarse todo. A estas alturas, la idea original de gobierno del pueblo puede dar risa. U otras cosas. Espanto, escozor, indignación. ¿Manda el pueblo a través del voto?
Formalmente, Guatemala retornó a la democracia en 1986. Aclaremos: ¿retornó a qué? La ilusión es que la población votante elige su destino a través del sufragio. Mentira bien organizada. Dijo Paul Valéry: «La política es el arte de hacer creer a la gente que toma parte en los asuntos que le conciernen». Deberíamos agregar: «… sin permitirle que realmente se involucre en nada». La definición puede parecer demasiado ácida, ¡pero es totalmente válida!
Anticipémonos a aclarar que estas líneas de ningún modo llaman a un desconocimiento del sistema democrático, muchos menos a la entronización de planteos autoritario-dictatoriales. Es, en todo caso, un llamado a plantearnos críticamente qué significa democracia.
En Guatemala, con gobiernos militares que atravesaron buena parte del siglo XX, más de la mitad de la población vivió siempre en condiciones de extrema pobreza, como mano de obra barata para una economía primaria de agroexportación. Llegó la democracia, pero eso no cambió. Históricamente, más de la mitad de la población sufrió los efectos del racismo (llamémoslo así, rudamente, y no discriminación étnica, como sería lo políticamente correcto), por lo que alguien no indígena puede decir con tranquilidad que es «pobre, ¡pero no indio!». ¿Cambió sustancialmente eso con la democracia? Ahora, con gobiernos democráticos, tenemos Ley de Feminicidio. ¿Un avance? Definitivamente. Pero el patriarcado no ha desaparecido. Ni tampoco cambió la tenencia de la tierra, gracias a la cual un porcentaje mínimo de familias detenta la propiedad de la mayor parte de los campos fértiles. Ni cambiaron la impunidad ni la corrupción, que vienen siendo una constante desde épocas coloniales. Y si bien ha venido descendiendo lentamente el porcentaje de analfabetismo, las administraciones elegidas con voto popular no resolvieron ese problema.
Entonces, con franqueza, ¿qué resolvieron estos gobiernos?
En otros términos: los problemas básicos de la población (ingreso, vivienda, salud, educación, justicia, seguridad) no han tenido ningún cambio sustancial con el repetido ejercicio de ir a votar cada cuatro años. ¿No sirve la democracia, pues?
Sería demasiado simplista plantearlo así. No hay dudas de que el Estado de derecho de un país significa un paso adelante en su orden social. Con dictaduras no hay ninguna garantía de nada, empezando por la vida, el derecho humano más fundamental.
Pero estas democracias formales que conocemos definitivamente no ofrecen mayores soluciones a esos problemas básicos, que son los verdaderos cuellos de botella de nuestra sociedad. Si a eso se le suma la podredumbre generalizada de la clase política, es más que obvio que la población no encuentra ningún atractivo en estos sistemas políticos.
En alguna ocasión Naciones Unidas realizó una encuesta en Latinoamérica sobre el grado de aceptación o no aceptación de las democracias representativas. Más de la mitad de los encuestados afirmó que no le preocuparía un gobierno autocrático si eso le resolvía sus problemas básicos. Más que pensar en una supuesta vocación autoritaria de los latinoamericanos, como osó decirse, deberíamos preguntarnos por el significado real de estas democracias.
La población en Guatemala está reaccionando y protestando abiertamente contra la mafia nauseabunda del sistema político. El destape de ilícitos con las actuales autoridades dejó ver la cólera anidada: si se pide la renuncia de altos mandatorios, no es por capricho. Esta democracia, desde ya, no sirve. ¡Pero hay otras!: las democracias de base, directas, como la de las Comunidades de Población en Resistencia (CPR). Sin dudas, hay mucho que aprender de ellas.