Facundo Cabral –asesinado en Guatemala, dicho sea de paso– decía: “En el pueblo había un solo ladrón y un solo policía, lo que quiere decir que cada vez que nos faltaba algo ya sabíamos quienes podían ser”. Frase que provoca risa por su angustiosa aproximación a la realidad que vivimos, pues robar, maltratar y matar, pareciera que son mecanismos usados por ladrones y policías, con la única diferencia que unos usan uniforme, que al quedarles extra large no sólo en la talla, sino en la consigna de “servir y proteger”, nos dejan tratando de adivinar si aquél que nos detiene en un retén, es ladrón vestido de policía.
Pareciera que la lógica no se equivoca: Si A es B, y B es C, entonces A es C.: Pedro es Policía, el Policía es Ladrón, entonces Pedro es Ladrón. ¿Es correcta la igualdad transitiva? Y no pensemos únicamente en los soldados y policías “de a pie”, ya que muchos de ellos llevan su trabajo con dignidad pues les permite llevar tortilla y café a sus mesas, sino que tratemos de nombrar a aquéllos que al estar rodeados de tanta corrupción, son intocables e innombrables, ya sea por el cargo o rango que poseen.
¿Policía y fuerzas del Estado masacrando civiles?
En Sudáfrica, el año 2012, los uniformados destrozaron con balas a 18 mineros que protestaban por un trato más justo, y hace unos días varios policías lincharon a un taxista por una infracción menor, mereciendo la sanción de “darles de baja”, que en el mejor de los casos sirve para trasladarlos de puesto policial. En Guatemala, los uniformados asesinaron el año pasado a seis campesinos en Totonicapán cuando protestaban pacíficamente , y hace unos días los policías dejaron libres a varios ladrones detenidos por robar en los semáforos. Y no pensemos que esto pasa por ser países “tercermundistas” pues ni la ONU ha logrado detener los bombardeos perpetrados por la aviación Francesa en Mali, que ha dejado al menos cinco mil refugiados malienses según datos de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), ni mucho menos los eternos asesinatos colaterales de las bombas “inteligentes” lanzadas por Israel hacia Palestina, acciones militares oficiales que se regocijan de ser el origen de fotografías que muestran a padres cargando a sus niños cobardemente destrozados.
Si esto lo realizan quienes deben protegernos, ¿qué no harán los sicarios y ladrones que muestran sin reserva su asco hacia la vida humana?
Las noticias nos queman. Vemos en el televisor las imágenes de presuntos ladrones rescatados por la policía pues la población pretendía “lincharlos”, y en el mejor de los casos el fuego termina en las patrullas como muestra tóxica de lo indigestos que estamos por la ausencia generalizada de seguridad, tranquilidad y paz.
¿Confiamos en nuestras autoridades, o tomamos la justicia en nuestras manos? Que un ciudadano haga justicia por su cuenta, con el resultado de un guatemalteco calcinado a la par de su motocicleta, pareciera la ruta a seguir pues provoca gestos de aceptación y aplausos hasta del mismo Presidente, promoviendo sin decirlo, actos como el de la semana pasada, en el cual un automovilista armado disparó a matar al que le bocinaba para apurarle.
En realidad pareciera que no existe un buen final ante tal escenario podrido, pero prefiero terminar citando nuevamente a Facundo: “El bien es mayoría, pero no se nota, porque es silencioso. Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que explota hay millones de caricias que construyen la vida”. ¡Y ojalá seamos mayoría!