En cierta oportunidad, en un evento, escuché una historia que he vuelto a recordar en esta época electoral. Se trata de la fábula de tres obreros que trabajaban en la construcción de una catedral.
Dice la historieta que cierto día llega un viajero a una obra en construcción. Queriendo saber qué se está edificando, se dirige al primer obrero que mira y le pregunta:
—¿Qué haces?
—Estoy poniendo ladrillos. ¿No lo ve? —contesta molesto el trabajador.
Sin decir nada más, el viajero da la vuelta, camina hacia otro obrero que mira cerca y le pregunta:
—¿Qué estás haciendo?
—Estoy haciendo una pared —le responde este y sigue trabajando.
Un poco impaciente y sin saber aún lo que se está edificando, el viajero decide preguntar una vez más. Se aproxima al tercer trabajador y le hace la misma pregunta que les había hecho a los otros dos.
—Estoy construyendo una catedral —le contesta el tercer hombre.
La moraleja de la historia es simple. El viajero quería saber qué se estaba construyendo y solo el último obrero supo decírselo. Los otros dos sabían lo que hacían, pero no sabían para qué lo hacían.
Nuestras autoridades deberían ser como ese tercer obrero, que sabe para qué está en un cargo o para qué quiere llegar a ocupar un cargo en la función pública. Desafortunadamente, la mayoría llega a los cargos de dirección a colocar ladrillos, a construir paredes o, peor aún, a servirse del puesto para fines personales. La gestión pública necesita de hombres y mujeres de Estado que sepan hacia dónde quieren llevar al país.
En estos días de campaña electoral, yo estoy haciendo la del viajero. Con afán reviso planes y escucho los mensajes, la mayoría de los cuales, desafortunadamente, son vacíos y carentes de contenido. El partido Todos, por ejemplo, nos insta a «construir un país para todos», pero no nos dice qué significa eso ni cómo lo hará. Este lunes la CSJ decidió no retirarle la inmunidad al diputado y candidato Felipe Alejos, señalado por el MP y la Cicig en el caso Traficantes de Influencias. Dicha resolución nos dejó a muchos con la misma cara que hizo su candidato presidencial en un video, nada improvisado (risas incluidas), que le acreditó el título de Guasón Cabrera.
Yo no ando buscando al mejor obrero pegaladrillos, sino al mejor obrero que sepa lo que va a construir.
Otro caso es el del partido VIVA, fundado por Harold Caballeros, que promueve a un candidato que se presenta a sí mismo diciendo: «Soy Isaac [Farchi], un desconocido nacido en Guatemala y que vivió en Israel» (con ese mensaje, espero de corazón que al menos su familia vote por él). O el del kaibil Galdámez, quien propone que no pare el cambio, pero nunca aclara cuál cambio. Ni qué decir de Neto Bran, que, vestido de supositorio espacial, nos quiere advertir, cual mal presagio, del lugar sagrado por donde nos va a agarrar (por suerte, yo no voto en Mixco).
Los periodistas, tratando de ayudarnos a escoger al indicado, se esfuerzan preguntando por propuestas y proyectos concretos. Están convencidos de que deben acorralar a los candidatos para que especifiquen qué van a hacer, cómo y quién lo va a ejecutar. Muchas de las respuestas son de llanto. Pero, en todo caso, yo no ando buscando al mejor obrero pegaladrillos, sino al mejor obrero que sepa lo que va a construir. Busco al que me dibuje el país del siglo XXI, al que proponga un desarrollo poniendo al ser humano en el centro. Al que me ofrezca una solución de largo aliento para la lucha contra la corrupción, el narcotráfico y el crimen organizado.
Para decidir su voto, fíjese bien quién es el mejor obrero que podrá llevar a Guatemala hacia el futuro. No vote por charlatanes que venden baratijas y falsas promesas sin contenido: esos mismos que nos quieren regresar al pasado, a la impunidad, a la ley del más fuerte; esos que compran a los jueces y a los magistrados mientras nos ofrecen un mejor futuro.
Guatemala nos necesita. No desperdiciemos nuestro voto.