Pero si Trujillo no es Francisco Marhuenda

Si una se pone a ver los debates que han tenido en los últimos tiempos los periodistas españoles sobre diversas problemáticas que este país tiene, se logran distinguir dos posturas, que si bien no son homogéneas ni graníticas hacia adentro, las posiciones ideológicas son diferentes.

Por ejemplo, entre un Pablo Iglesias de La Tuerka –crítico del orden establecido y de los partidos tradicionales–, y un Francisco Marhuenda de La Razón –alguien que llama a Pétain, “el gran Mariscal”–. Este último me hizo pensar en Guatemala y en Pedro Trujillo.

No sólo es el físico –¡es que podrían ser hermanos!–, es más bien la manera en cómo Francisco Marhuenda, como formador de opinión pública en España, se desenvuelve en debates televisados. Grita, se burla, remeda, se hace el chistoso para luego insultar y esconder en un discurso fofo una opinión carente de argumentos. Es más fácil irse por las generalizaciones, por los juicios personales transformados en verdades, en la acumulación de impresiones vagas, y en la tediosa repetición de lo mismo. Las derechas prepotentes y radicales siempre tienen las mismas estrategias.

No es que sea extranjero lo importante, ni el acento de Viejo Continente, son las lógicas de desprestigio con quien debate, la voluntad de desinformar que pretende y los aires de superioridad que desembocan en una profunda incoherencia. El ataque directo a Marielos Monzón desde su columna, es otro ejemplo, uno más entre ya una lista bastante copiosa.

Las resistencias –a las que él mismo vuelve a llamar terrorismo sin detenerse a escuchar una historia sangrienta en donde el enemigo interno fue una construcción de élites de derecha y del Estado para legitimar su actual– son hoy criminalizadas de nuevo. Junto a ellas, columnistas de varios medios de comunicación, que en función bien asumida, informan y proponen otras maneras de ver la realidad. Si en la guerra no se pudo y se les escondió a los capitalinos lo que sucedida en las afueras del casco metropolitano, y los medios callaron cómplices o porque no sabían, hoy no es ese el caso. La responsabilidad de muchos columnistas en la actualidad es no repetir el pasado en los medios de comunicación. Intimidar con columnas, desprestigiar con sartas de insultos, no es más que continuar mecanismos de la guerra que no permiten el debate serio y responsable.

Es este debate público el que está en peligro –o bien, ha estado en peligro siempre en Guatemala–, por columnistas que se ofenden al ser llamados racistas y con ellos, como Trujillo el que usa “hijas de Tecún Umán con ínfulas de valquirias”; o se sienten cuando se les tilda de excluyentes, cuando es él que pretende tener la verdad única, sin siquiera tomarse la molestia de informarse un poco más, de abrir el diálogo  y cuando es él quien se molesta por “voces disonantes” a quienes ya no dará más de su tiempo. O bien llama a no “continuar con el odio, el rencor y el miedo”, y lo hace llamando despectivamente “la colocha” a la señora Claudia Paz y Paz y “jueza histérica” a la señora Jazmín Barrios, ambas funcionarias en su momento del Estado guatemalteco.

No señor, Guatemala no es sólo lo que escribe en sus columnas: claro que existe esa ideología arrogante, conservadora, indiferente, violenta que usted defiende con insultos y vejámenes. Pero también ha existido y existirá siempre una Guatemala que quiere transformaciones que vayan a la raíz de nuestros problemas como sociedad, y entonces cuestiona de frente su ideología, porque reconoce el papel de muerte, de irrespeto a la voz de miles, de indiferencia al hambre y a la pobreza, de racismo en nuestra historia. Una ideología que pelea por acomodarse en el mundo de hoy, que intenta tapar el Sol con un dedo y que en el intento se vuelve cínica y descarada.

No señor, no es cuestión de plata, o de financiamiento. El dinero no lo es todo, la dignidad no se vende ni se compra. La dignidad se respeta, la palabra vale.  

Y no señor, no estamos en España y usted definitivamente no tiene por qué ser un Francisco Marhuenda en mi país, deje eso atrás. Acá hay otros buenos ejemplos de personas que debaten con argumentos, que discuten con seriedad. 

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