Mi problema principal es con la perpetuación y aceptación de la miseria por parte del mismísimo Estado, obligado no solo constitucional sino moralmente a luchar contra ella. Mi pelea es contra la visión «empresaurial» que desde siempre ha cooptado al gobierno y disfraza de sentido común el pensar primero en los beneficios para quienes ya tienen la plata que para quienes la necesitan y a quienes pareciera vedado el acceso a ella. Mi lucha es contra esa falsa noción de que la riqueza gotea, de que se derrama y salpica a los segundones, como si con esa misma paja no lleváramos años solo empeorando las hambres y las carencias. Mi pedo es con esa cosmovisión cristianoide asqueante que se dice buena y caritativa, que se vanagloria de madreteresosa, pero obvia cómodamente la parábola aquella del rico, el mendigo y las migajas de la mesa.
Detesto y me frustra el concebir a los ciudadanos como de distintas categorías, como divididos en castas divinas, donde unos tienen que aceptar lo poco que se les quiera dar y, encima, se les lava el coco con el discurso de «todos somos guatemaltecos». Me desquicia lo caraduras de llenarse el hocico con «los valores», «el hogar» y «la importancia de la familia» mientras no solo impulsan una propuesta que requiere que padres y madres trabajen fuera de casa para medio lograr comer -y solo eso, porque la recreación es pecado, el ahorro imposible y una enfermedad promesa de muerte- sino que además menoscaban la existencia de los hogares monoparentales; encima de eso, han drenado por años el sistema educativo de cualquier posibilidad de funcionalidad simbiótica conjuntamente con esos padres, madres, abuelos y abuelas que tendrán que largarse a trabajar -probablemente maltratados- todo el día. Hipocresía pura, pues.
En mi ideal, en lugar de pensar en el «peor es nada» como política estatal, la obligación de un gobierno sería usar esa misma idea [con que escudan sus pésimas y mal tejidas ideas y corruptosas prácticas] de que la gente de esos municipios clama por trabajo para decir «hey, estamos colmados de trabajadores ansiosos y dispuestos, vénganse, paguen muy bien y van a ver cómo todos juntos de verdad florecen». Pero nel, lo que con berrinches fascistas pretenden imponer, seguramente por pactos preconcebidos bajo la mesa, es lo opuesto a eso, lo de siempre: la indignidad que mendiga favorcitos.