Paria*

Acababan de entregar las casas en el condominio. Después de que los vecinos se mudaron, hubo una reunión entre ellos para establecer una serie de acuerdos mínimos para convivir en armonía, seguridad y tranquilidad.

Establecieron su cartilla de normas de convivencia, en las cuales se indicaban los derechos de cada familia y sus obligaciones respecto a la convivencia en comunidad y el respeto de los espacios, el ornato, la salud y la seguridad de todos. Y se comprometieron a respetar y resguardar lo acordado. Eligieron su junta directiva y comenzaron a vivir en comunidad.

Todo transcurría sin mayores problemas. Las normas de convivencia pacífica, de respeto de la soberanía de cada hogar, y la armonía se garantizaban en esos acuerdos firmados.

Pero sucedió que, con el paso del tiempo, una de las familias empezó a comportarse de manera extraña. Los vecinos ya habían escuchado rumores de que dentro de esa casa había mucha violencia. Los niños gritaban a altas horas de la noche y a veces se veía a la mujer lastimada. El marido llegaba borracho y a veces haciendo escándalo los fines de semana.

Dicha familia tenía un perro al cual se dejaba en el jardín interior, y había noches enteras en que este no paraba de llorar. Algunos vecinos observaron que le pegaban y que a veces ni comida le daban.

Los vecinos empezaron a preocuparse y algunas mujeres se organizaron para ir a visitar a la familia y escucharla. Otros hicieron grupos de oración esperando que todo cambiara en esa casa disfuncional. Además, aquella familia se mantenía en mora en sus pagos.

Como si fuera poco, en las últimas semanas se observaba salir de esa casa un humo negro. La familia quemaba basura en el jardín interior y en ocasiones dejaba basura en las áreas comunes del condominio. Además, no recogía los desechos del perro en la banqueta frente a su casa.

Un día vieron a un niño salir corriendo de esa casa. Estaba golpeado y lloraba desconsoladamente. «Por favor, ayúdennos», le dijo a un representante de la junta directiva del condominio. «Mi papá nos pega, mi mamá no puede hacer nada y mis hermanitos y la mascota sufrimos y no sabemos qué hacer. Llamamos a la policía, pero mi papá es amigo del jefe de la comisaría y nunca investigan nada. Ya estamos desesperados y queremos huir. Mi hermanita dice que se va a escapar para irse a vivir con nuestra tía, que vive lejos. Y el camino es peligroso, pero a ella no le importa. Quiere salir de ese infierno. ¡Ayúdennos!».

Cuando la delegación de vecinos visitó a la familia, encontró una casa descuidada, una familia disfuncional, maltrato animal, insalubridad y, sobre todo, violencia.

Los vecinos se organizaron para tratar el tema. Hubo algunos que proponían echar a la familia del condominio. Otros propusieron construir paredes alrededor de las casas. Otros más propusieron condicionar a la familia a que cambiara su actuar a costa de multas y sanciones económicas. La mayoría decidió al fin hablar con esta. Llegaron entonces con toda la intención de apoyarlos emocionalmente y verificar si había abusos graves dentro de la casa. Algunas personas cocinaron y llevaron regalos para los niños. El grupo de mujeres católicas que oraba llegó con un cura para darles confort. Un vecino abogado iba a ofrecerle asesoría a la esposa gratuitamente. Hubo incluso una familia que ofreció mediar en los conflictos con el objetivo de ayudarlos y reestablecer la sana convivencia en el condominio.

Cuando la delegación de vecinos visitó a la familia, encontró una casa descuidada, una familia disfuncional, maltrato animal, insalubridad y, sobre todo, violencia.

En la reunión en la casa, el padre de familia les increpó de forma agresiva: «Ustedes no tienen nada que estar haciendo aquí. En esta familia somos soberanos, libres, y nuestras decisiones dependen de nosotros. No queremos ayuda ni aceptamos la injerencia de ningún grupo externo. ¿Quién les dijo que aquí los necesitamos? ¡Fuera de mi casa!».

El hijo, con lágrimas en los ojos, solo veía a los vecinos y no se atrevió a hablar. Sabía que su padre lo reprendería. «¡Fuera! Ustedes son “no gratos” y no voy a permitir que impongan sus ideologías de solidaridad, de derechos humanos, o sus cultos, que no comparto en mi hogar. ¡Aquí se hace lo que yo digo porque yo soy el hombre! ¡No queremos aquí ideologías de género y feministas! ¡Vivan y dejen vivir! ¡Mi familia y yo no aceptamos su injerencia y sus imposiciones!».

Al cabo de unas semanas se supo que el perro murió, que la niña se escapó del hogar y que todo el condominio los ignoró. Eran vistos como unos parias, como indeseables. No podían hacer nada más.

A veces se veía al niño asomarse a la ventana de la casa.

Con lágrimas veía cómo un futuro mejor se esfumaba ante él.

 

* * *

* «Persona excluida de las ventajas de que gozan las demás, e incluso de su trato, por ser considerada inferior» (RAE, 2019).

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