Otra revolución que tampoco fue

En mi último artículo ofrecía cinco razones por las cuales creo que Hillary Clinton se convertirá en la cuadragésima quinta presidenta de los Estados Unidos en escasos cinco meses. Por cierto, un nuevo modelo de probabilidades del gurú de los pronósticos, Nate Silver, otorga a Clinton casi 80 % de probabilidades sobre su contendiente, el también presunto candidato por el Partido Republicano, Donald Trump.

Sin embargo, una de los obstáculos que yo indicaba que podría entramparla en su camino a la Casa Blanca es el supuesto e indebido uso de su correo privado en asuntos de gobierno cuando fungía como secretaria de Estado. Y si bien la exsecretaria ha colaborado de cerca con las investigaciones y con el FBI, la semana pasada su esposo, Bill Clinton, en otro de sus arrogantes arrebatos, entabló una conversación en persona con la fiscal general, Loretta Lynch, mientras los aviones donde cada uno viajaba estaban estacionados en el aeropuerto de Phoenix. Esto dio motivo a todo tipo de especulaciones sobre el verdadero propósito del expresidente, que no era precisamente hablar de golf y de sus nietos.

En el muy remoto escenario de que a Clinton se la encontrase culpable de los cargos, esto abriría la puerta para que el socialdemócrata Bernie Sanders fuera el nominado por el Partido Demócrata. Al final de cuentas, el insurgente candidato ganó en 20 estados y acumuló 10 millones de votos y aproximadamente 1 500 delegados, además de que logró exitosamente cambiar la composición del comité ejecutivo del partido para insertar más temas progresistas en la plataforma del partido. Ante la amenaza de Trump sería un suicidio político que los seguidores de Clinton no se unificaran alrededor de la figura de Sanders, al igual que hoy al menos el 72 % de los acólitos de este lo harán alrededor de la candidata demócrata.

Pero todo indica que la investigación no probará nada en su contra. A lo sumo habrá recomendaciones y regulaciones respecto al uso estricto de los canales oficiales para correspondencia gubernamental. Pero ¿qué quedará de esa energía y de todo el esfuerzo acumulado por Sanders y sus seguidores después de que concluya la Convención Demócrata a finales de este mes? ¿Habrá alguna forma de rescatar las ideas todavía validas contra la inequidad, el financiamiento desmedido en las campañas electorales y el hecho de que la economía sirva solo al 1 % de los más pudientes? ¿Permanecerá algo de la revolución política que inspiró a millones, especialmente a los jóvenes?

A juzgar por un artículo de la revista The Nation, aunque Sanders todavía no habla de sus futuros planes, hay varios grupos de izquierdas que han empezado a formarse para cambiar el partido por dentro (por ejemplo, eliminación de la figura de los superdelegados) o para continuar con el trabajo de organización hacia afuera y establecer una infraestructura política progresista alrededor de los temas sociales que convocaron a miles de activistas y ciudadanos y que propulsarán nuevas candidaturas en 2018. Algunos de ellos son Ocupemos a los Demócratas, Nuevo Congreso, el Partido de las Familias Trabajadoras y la Cumbre de la Gente.

Los grupos coinciden en la agenda, pero no en estrategia y en tácticas. Mientras que algunos son muy optimistas, confían en las redes sociales y en la organización espontánea y amenazan con convertirse en el Tea Party de los demócratas, otros son más precavidos y alertan sobre buscar primero una identidad propia, marcar una clara ideología, establecer una conexión fuerte con la base social y trabajar sistemáticamente en un proceso de largo aliento para participar en elecciones locales.

La revolución política del siglo XXI no ha sido. Y quizá esto es bueno porque tampoco habrá una contrarrevolución. Esto permite ganar tiempo. Lo que se puede aprender, como acabamos de presenciar en Guatemala durante las jornadas cívicas de 2015, es que los movimientos sociales que aspiran a la justicia social y a romper con el statu quo son dispersos, confusos, conflictivos, dinámicos. Pero hay más ciudadanos que han ganado conciencia y empiezan a organizarse políticamente.

Aquí la primera batalla es vencer a Trump, pues la lucha por la democracia habrá de continuar a pesar de Clinton. Está visto que las elecciones por sí mismas no bastan para derrocar el ascenso de los extremismos.

Autor