El grupo se veía pequeño en el espacio inmenso que lo rodeaba. Sin embargo, llamó la atención del público que lo escuchaba. No coreaba consignas. Tan solo pasaba lista del 1 al 43. Repetía un acto que se ha reproducido a lo largo y ancho del planeta, en todos los rincones, en los 12 meses que han pasado desde la trágica noche del 26 de septiembre de 2014.
Conforme los números avanzaban, las voces eran un llanto ahogado. Cuánta fuerza, cuánta energía, cuánto dolor y cuánta dignidad concentraba. Quince defensoras y defensores de derechos humanos llegaron desde todos los rincones: Australia, Guatemala, Uganda, Burkina Faso, India, Hungría, Kirguistán, Honduras, Túnez, Colombia, Irlanda, Brasil, Costa de Marfil, Sierra Leona y México.
Simbólicamente, frente al Palacio de las Naciones, en la esquina de la silla gigantesca —la cual, como la humanidad, tiene una pata quebrada—, el grupo honró la memoria de los estudiantes desaparecidos en México y con ello reprodujo la ceremonia que en miles de lugares se realiza día a día desde la fecha de la tragedia.
Se repite en redes sociales, en salones de clase, en encuentros académicos. En cuanto espacio es posible recordar que, en un pequeño pueblo de Guerrero llamado Ayotzinapa, 43 estudiantes están desaparecidos desde hace un año. Señalan que el Gobierno, obligado a protegerlos, fue cómplice de los hechores y obstruyó la investigación.
De esa manera, el Gobierno de México ya no puede ocultar su responsabilidad en la acción que tiene desaparecidos a los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa. Si alguna duda cabía, ha sido despejada con el informe presentado por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Interamericanos (GIEI), que no deja lugar a dudas y expone y desnuda la operación estatal que pretendió ocultar los hechos. Con valentía, el GIEI desafió la versión oficial y presentó los elementos de análisis que sustentan sus reportes.
Y, como suele suceder, las reacciones no se han hecho esperar. Ni lerdo ni perezoso, el andamiaje del corporativismo priista (del PRI, Partido Revolucionario Institucional) ha buscado desacreditar al mensajero para invalidar el mensaje. La vocería orgánica del establecimiento que mantuvo la dictadura de más larga data en el continente anidó en los mass media sistémicos. Atrincherada desde allí, lanzó los primeros dardos de lo que anuncia ser una megabatalla. Lo primero que se ha planteado es circunscribir la desaparición de los 43 estudiantes al ámbito de un secuestro del crimen organizado.
Con ello pretende eliminar la violación gravísima a los derechos humanos y también restarle responsabilidad al Estado. Disfrazada de preocupación técnica, la afirmación lanzada por esta vocería es la punta del iceberg de la operación mediática que con toda seguridad el PRI ya tiene en marcha. Llevará a cabo el mismo procedimiento que empleó con la masacre de la colonia Narvarte en agosto. Lanzará globo tras globo hasta que alguno levante vuelo y se sostenga.
Sin embargo, hay algo con lo que no ha contado: la digna perseverancia de los padres y las madres de los desaparecidos, la solidaria disposición de mexicanas y mexicanos a reclamar respuestas reales, no falacias del Estado, y la hermanada compañía de los pueblos a lo largo y ancho del planeta para realizar el pase de lista cuantas veces sea necesario y recordar, con el grito de la memoria, que a todas y todos nos faltan 43.