No hubo genocidio. “Aquí hubo más que genocidio, mi hermano”

Estoy, hace años, en la Casa Crema. No cuando era la casa del ministro de la defensa sino poquito tiempo después de que Alfonso Portillo la entregara a la Academia de las Lenguas Mayas.

Óscar Berger acababa de tomar posesión y estaba en su etapa, su brevísima etapa, de lucir a Rigoberta Menchú en cada actividad donde sabía que iban a llegar embajadores o cooperantes internacionales.

Si mal no estoy, la acababa de nombrar Embajadora de Buena Voluntad de los Acuerdos de Paz. Y allí estaban, Berger, Rigoberta Menchú, el Doctor Simi y las SimiChicas… todos bajo el techo aterrador de ese adefesio arquitectónico que es la Casa Crema.

Cuando ya se había hecho el negocio (creo que era un acuerdo entre las farmacias similares y el gobierno) ya las SimiChicas se habían tomado las fotos con Menchú, Berger había hecho algún comentario fuera de tono sobre esas vedettes en los extra-innings y  ya los meseros estaban repartiendo los tragos, un colega se le acercó a Berger.

A ese Berger que meses atrás había sugerido que lo mejor era llevar a las indígenas de Nebaj a la Casa Presidencial a servir café, por lo bonito de sus trajes y que acababa de nombrar a Otto Pérez como su comisionado de seguridad.

El colega era Frank Jack Daniels -no es chingadera, así se llama el inglés este- y era corresponsal de una agencia de noticias.  Llevaba una pregunta, una nomás.

Estoy casi seguro de que no era para una nota, ni un reportaje. Era más una de esas preguntas que hacen a veces los buenos periodistas. Esas preguntas que se hacen nomás por joder.

-Señor presidente, ¿en Guatemala, hubo genocido?

Y Berger, con ese su tono de hacendado bonachón que le permitía decir las peores barbaridades y salirse con la suya, respondió lo primero que se le vino a la mente.

– No hombre, mi hermano…. en Guatemala hubo MÁS que genocidio.

Frank, perplejo, ya no pudo preguntar más.

Uno podría pensar que Berger estaba tan horrorizado por las masacres que quiso decirle que la palabra genocidio se quedaba corta para explicar lo que pasó en Guatemala. Otro podría decir que Berger respondió con sarcasmo a una pregunta incómoda como cuando Portillo contestó que no era cierto que había matado a una persona en Chilpancingo. “Fueron DOS”, se jactó el polloronco.

A mí la impresión que me queda, pasados los años, es que para Berger, como para tantos otros chapines, el genocidio es una cosa secundaria, un problema menor. Y por eso respondió con tanta ligereza.

No digo el genocidio como discusión teórica. Ese sabroso ejercicio intelectual dilucidar si se puede considerar genocidio, de si encaja en las definiciones internacionalmente aceptadas, de si hubo una intención de eliminar un grupo étnico.

Me refiero a las masacres, a las desapariciones, a las violaciones a los derechos humanos.  A los hechos concretos e innegables de la historia reciente del país.

Y más que eso a las causas que llevaron a que eso pasara. Y más aún, a por qué resultó tan pero tan fácil tomar la decisión de arrasar con comunidades enteras.

Porque cuando uno ve cómo se han dado las cosas, pareciera como si los chapines no quieren verlo. Y sí, obviamente que hay quienes están interesados en que no se sepa el quién o el cómo. Así,  vemos a Ríos Montt peleando en las cortes, poniendo cara de abuelito simpático.  Y vimos a Chupina muriéndose en el hospital militar.

A la mayoría de la gente le pela si meten preso a Ríos Montt y se pudre en el preventivo o si termina sus días atendido por Zury y Doña Tere en su casa de la zona 15. Y, terrible como es pensar que el hombre quedará impune, eso no es tan grave como que a los chapines ni siquiera les preocupe que sus hijos aprendan qué pasó en esos años.

No interesa. Nadie quiere averiguar qué pasó, menos aún por qué. Entrar a ver por qué el estado concluyó  que era necesario acabar con cientos de miles de personas, averiguar por qué los medios de comunicación se quedaron callados, entender por qué la gente que podía cambiar el curso de los hechos decidió meterse en su casa y cerrar puertas y ventanas es una discusión que puede llevar a descubrir cosas que no necesariamente van a servir de orgullo nacional.

Y puede que en el Archivo Militar haya claves, pistas, evidencias para levantar juicios. Y eso tendrá que hacerse y cumplirá su propósito. Y necesariamente habrá que honrar a las víctimas, que eso también cumple un propósito.

Pero no es suficiente. Más que eso hay que descubrir qué hace a los guatemaltecos ignorar las periódicas y repetitivas purgas que diezman sectores enteros de la sociedad. Llámese genocidio, limpieza social o enviar a uno de cada cien niños nacidos en Guatemala adoptado a Estados Unidos.

Al final de cuentas, más que si cerraron el archivo militar, más que si hubo o no hubo genocidio, más que si eran o no eran culpables los mareros que ejecutaron o que si los bebés se iban a volver putas y delincuentes y mejor era mandarlos a Disney,  como chapines también habría que plantear otras preguntas.

Va una: ¿Qué clase de gente mierda hay que ser para ni siquiera despeinarse cuando uno se entera que en cosa de cuatro cinco años, los chapines mataron a cientos de miles de chapines, que cuestión de meses secuestraron y ejecutaron a cientos de jóvenes o que se permitió traficar con niños como si fueran piezas de carros usados?

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