No es que ellos lo digan, sino que usted se lo crea

Con la nueva junta directiva del Congreso, el nuevo viceministro de Economía y la renuencia del presidente —así como de alcaldes y diputados señalados— a renunciar a su inmunidad, es evidente cómo las piezas de un rompecabezas político se arman movidas por una mano invisible, motivada por los beneficios de la impunidad, de la corrupción, del interés nefasto de seguir obteniendo ganancias personales a costa del Estado, por el Estado y a propósito del estado de la nación.

No estamos divididos entre capitalistas y comunistas o entre izquierda y derecha. En Guatemala, la división real está entre corruptos y el resto de la ciudadanía. Que ellos, los corruptos, quieran proponer una falsa dicotomía es el quid del asunto. Vivimos en una democracia fallida que nos toca arreglar y lo cual nos compete a todos, independientemente de si comulgamos con ideas de izquierda o de derecha.

Una cosa es trabajar para fomentar una economía de mercado sana, incrementar la inversión, promover el desarrollo y crecer aceleradamente, y otra es beneficiarse de la impunidad que les da a algunas personas acceder a puestos públicos, así como permanecer y consolidarse en ellos.

La actividad política de la ciudadanía de a pie (usted y yo) debe ir encaminada a objetivos universales de desarrollo humano, ecológico, económico y social.

El poder de los medios para influir en las mentes más ingenuas e ignorantes es grande. Una sociedad que no ejercita ni ejecuta su capacidad de crítica está condenada a ser manipulada por quienes controlan los medios de comunicación y la farándula.

En Guatemala es evidente que las voces mediáticas se concentran y aglutinan en torno a valores que no necesariamente representan esos objetivos universales que mencionamos arriba. De hecho, por la forma como la sociedad mantiene concentrados recursos y poder (incluyendo medios y el acceso a estos de voces en grupos de presión con alta capacidad económica, proveniente de los mismos privilegios heredados en pocos), la manipulación mediática y en las redes sociales está a la orden del día.

Una cosa es la incidencia a través de la argumentación inteligente y otra la manipulación y la construcción de consenso aparente mediante el poder de los medios y de los argumentos irracionales, ilógicos y falaces. Como diría Goebbels, jefe de propaganda de Hitler: «Repite una mentira muchas veces y se convertirá en verdad», sobre todo para el más ingenuo, el más ignorante y la mente poco crítica.

En ese orden de ideas, es entonces fundamental que comprendamos algo: tanto los empresarios y las empresarias como las obreras y los obreros apoyan las luchas ciudadanas contra la impunidad y la corrupción. Tanto la izquierda como la derecha están de acuerdo con la Cicig como una necesaria institución en el proceso. Tanto socialistas como capitalistas estamos hartos de ver que un grupo de corruptos capture constantemente el Estado a su favor, use los puestos públicos y la institucionalidad como excusa y mantenga al país con los más altos índices de pobreza y los más bajos de desarrollo en la región.

El problema de que un grupo de corruptos se atrinchere sistemáticamente en las instituciones públicas y aproveche los beneficios que la impunidad consecuente le otorga no es exclusivo de la izquierda o de la derecha, como nos quieren hacer pensar.

La lucha contra la corrupción no es monopolio de la izquierda ni de la Internacional Socialista, como tampoco lo es del empresariado organizado o de la derecha.

La lucha real contra la impunidad y la corrupción es la lucha de quienes deseamos vivir en un mejor país. Es su lucha, independientemente de si usted es empresaria, obrero, sindicalista o patrono; rojo o crema; mujer, hombre o transexual; católica, evangélico, agnóstica, musulmán, judía o ateo. ¡Nuestra lucha es universal y común!

El problema no es que ese grupo de corruptos, pícaros e inmorales, a través de sus voceros, lacayos y el poder mediático que ostentan, instalen una agenda falsa y un debate falaz en la discusión pública en el cual insistan, neciamente y sin mayor fundamento, en que quienes se oponen a dicha bajeza ética y cobarde responden a una agenda socialista, comunista, terrorista o de justicia selectiva. El problema es que algunos, como borregos, se lo crean.

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