No es guerra de valores, sino de consultores

Henchidos en patrio ardimiento, todos se rasgan las vestiduras y gritan a los cuatro vientos sus acciones e intenciones de combatir la pobreza, proteger el ambiente, socorrer al desvalido, velar por la niñez, por las personas de la tercera edad, acabar con el analfabetismo, la desnutrición, proveer oportunidades de educación, mejorar las condiciones de vida y un sinfín de objetivos loables, que inexplicablemente parecen ser, desde cada particular visión, una virtud exclusiva de quien pregona su mensaje.

Y es que el sentido mesiánico de las organizaciones y sus luchas darwinianas entre pares no tiene un origen sicológico, es más bien financiero; desde los que escupen improperios contra los que llaman “oenegeros” pagados por dineros de cooperación extranjera, hasta los que desprecian olímpicamente a aquellos bufetes y oficinas de análisis para estrategias jurídicas o mediáticas de los sectores empresariales que cumplen con la estricta regla de los personajes de House of lies: “aquí no estamos para abrir la mente del cliente, sino para abrir su billetera” (House of lies  es una trama de humor negro producida por Showtime y basada en el libro de Martin Kihn “La Casa de las Mentiras: Cómo los Asesores Financieros te roban el reloj y después te dan la hora” puede verse esta temporada por HBO en estreno los domingos a las 22:30).

Nada de esto fuera digno de atención, si no es porque se ha convertido en una cínica forma de ganarse la vida, que privilegia  y necesita como partida existencial y fuente de energía el conflicto permanente y todos sus altos costos humanos, económicos y sociales. Los estilos de alimentar el conflicto varían de un bando a otro, algunos prefieren hacer la vida imposible montando protestas espurias y atentando contra la paciencia y humildad del afectado que nada tiene que ver con la posible solución; mientras los otros atentan contra la inteligencia y la salud mental de quienes accesan a los medios de comunicación, con una ofensiva formidable de conceptos anacrónicos o medias verdades contadas al revés.

En ambos casos necesitan dinero, y lo obtienen planteando monumentales campañas que les financian los ganadores estructurales que muchas veces tienen sus intereses fincados en el otro bando, como cuando las petroleras financian oposiciones a las hidroeléctricas o competidores del mismo sector promueven tomas de minas o fincas; incluso adoran la apocalíptica advertencia de que “aquí la guerra no ha terminado” y venden como antisistema a todo aquél que reivindica un derecho; o llevando el péndulo hasta el otro extremo vemos como culpan de todos los males pasados, actuales o futuros a los monocultivos, la supermercadización, el libre comercio, etc., etc.

Para el caso de Guatemala, lo peor es que nos hemos convencido que cualquier intento de diálogo nacional, de conseguir acuerdos de Nación, de formular un modelo de desarrollo equitativo estará destinado al fracaso porque los guatemaltecos somos así: incapaces de dialogar, no pensantes, resentidos y tontos; incluso hasta disfrutamos contando la parábola de la cubeta de cangrejos y hemos terminado creyéndola cuando lo más probable es que  hayamos sido convencidos en masa por estos perversos personajes que viven del conflicto; quienes por lo general cuando se les conoce de cerca podemos comprobar que son buenos para despotricar contra los demás, pero nunca en su vida han prestado servicio público ni han creado siquiera un empleo; pero eso sí, sientan cátedra de cómo estafar a la “cooperación internacional” o a las “asociaciones empresariales”, abriéndoles la billetera y nunca la mente, en fin  “House of lies

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