La cultura occidental se orienta al individualismo, la homogeneización, la narrativa única, la ciencia hegemónica y el cristianismo como religión universal, lo que significa que fuera de eso o nada existe o no es civilización o no es importante. En cambio, en la cosmovisión mesoamericana, la pluralidad, la importancia de la diversidad, material e inmaterial, refleja objetiva y científicamente la realidad en la que los seres humanos deambulan desde hace miles de años: equilibrio y armonía en el caos aparente y, derivado de ello, la complementariedad de lo existente;es decir, el buen vivir.
Desde 1524 se enfrentan dos cosmovisiones, en esa relación antagónica se determina lo que somos, hacemos y pensamos. En todo caso, la resistencia indígena al sometimiento y a la integración a un modelo ajeno se refleja en todos los niveles de la vida social, económica, cultural y política.
La Semana Santa (Nim Q´ij, gran día, acontecimiento o celebración) evidencia cómo la religión colonizadora se tuvo que mayanizar, en el caso de Guatemala, para lograr articularse al poder y a la dominación, relativa y parcial. En términos generales, se viven al menos cuatro niveles de celebración, basados en el tiempo de los ciclos agrícolas de lluvia, siembra y vida. La llamada cuaresma se cobija en esa temporalidad sacralizada de los pueblos y, por ello, se nutre de la muerte y resurrección, que en los mayas está bien simbolizada en el Popol Vuj y el viaje de los gemelos al inframundo, muriendo para vivir, volviendo a la vida terrenal a la salida del sol (Q´ij).
Muerte y resurrección se empalman en las grandes celebraciones, transitando en un péndulo de creencias entre cristianismo y cosmovisión indígena (no sincretismo), ambas coinciden en esa dualidad.
En términos generales, se viven al menos cuatro niveles de celebración, basados en el tiempo de los ciclos agrícolas de lluvia, siembra y vida.
La primera forma de celebración se da en comunidades que el sistema colonial ha orillado a la ruralidad y abandono, donde la iglesia sí fue efectiva en asentarse territorialmente y plegarse a los rituales y valores espirituales de los pueblos. Por ejemplo, en Momostenango, Santiago Atitlán, Carchá, Chichicastenango y otros pueblos de mayoría indígena, frutas, flores, pino, arcos decorados, plenitud de indumentarias, arte viviente, rituales, Pom y ofrendas, caracterizan la Semana Santa. El fervor de la población se explica por la profunda espiritualidad de los mayas ante la madre naturaleza, a la que hay que respetar, venerar y festejar en permanencia. El cristo yacente, se pierde entre todos esos elementos naturales.
La segunda forma es la expresada en Quetzaltenango, donde las diferencias étnicas, económicas y culturales, como expresión del racismo se concretan en la existencia de hermandades para indígenas, por un lado, y ladino-mestizos por el otro. Espacios cerrados bajo el manto del cristianismo. Los rituales religiosos en ambos casos son diferentes, reflejando su pertenencia simbólica hacia lo maya o hacia lo europeo.
Una tercera forma, es la que se celebra en Antigua Guatemala, donde lo maya y lo occidental se entretejen con el espectáculo y el turismo. Las motivaciones para participar directa o indirectamente son varias y muchas veces no espirituales. Al final es el símbolo tomado para definir identidad nacional y religiosidad en Guatemala; siempre presentes los elementos mayas en alfombras, adornos, ofrendas, etc.
La cuarta modalidad de rituales es la de la capital. Impresionantes cortejos, participación masiva y expresión fuerte del mestizaje y de la informalidad económica. Rostros indígenas mezclados con rostros blancos, de diferentes clases sociales y orígenes territoriales, participan de manera familiar. Esposos, hijos, padres, suegros hacen del centro histórico su espacio de vida en esos días. Flores, alfombras, colorido, frutas, instrumentos musicales (Tzijolaj) y vendedores se dan cita en largas caminatas.
En esta diversidad se refleja lo que los mayas, en sus celebraciones (Nim Q´ij), acostumbraban: danzas, música, flores, ofrendas, colorido, arte y procesiones.
Tekum Umam, antes de la batalla de Xelajú, fue llevado en procesión para el ritual de resistencia ante la invasión.
«Siete días duraron las celebraciones con cantos, bebidas y danzas, al son de flautas y atabales, así como con toques de conchas y teponaustis o tun, en los que, en medio de sahumerios de pom, Tekum fue investido con las insignias del más alto rango militar. Su cuerpo fue pintado de negro y amarillo; sus brazos y piernas fueron adornados con plumas verdes; en su pecho, frente y espalda fueron colocados espejuelos; en su cabeza una corona. Además, se le paseó ritualmente en andas cargadas por los principales quichés, por todas y cada una de las plazas». [1]
[1] TITULO K´OYOY