Nietzsche reina

Sabrán mejor los biólogos y los sociólogos, pero los humanos tenemos una tendencia a la unidad en momentos y temas claves que quizá esté inscrita en lo más profundo de nuestra especie. De ella deriva una relativa estabilidad en la sociedad, la cual a la luz de la teoría evolutiva sería una ventaja.

Después de todo, los momentos de grandes cambios sociales –en los cuales se desafían los valores fundamentales- generalmente se hacen acompañar de violencia y de trastornos al proceso productivo. Mejor, entonces, si estos momentos son espaciados en el tiempo.

La desventaja obvia, sin embargo, está en que haber evolucionado de esta manera –proclives al orden- también evita que desafiemos a tiempo valores y nociones que dejan de ser útiles. Nos quedamos con ellos más tiempo del que necesitamos. Y esto es precisamente lo que sucede en Guatemala con dos valores que tenemos asumidos hasta lo más profundo: la aversión al Estado y la moral nietzscheana. Me explico:

Nada refleja mejor nuestra aversión al Estado que la discusión sobre el endeudamiento público. El viernes pasado, elPeriódico publicaba por enésima vez una crítica al endeudamiento del Estado, sugiriendo que éste ponía en peligro nuestra calificación crediticia. Y tal como sucede cuando se tocan temas cercanos a los valores fundamentales de la sociedad, la opinión se manifestaba abrumadoramente en un sentido. Desde el presidente del Banco de Guatemala hasta los representantes de las diferentes bancadas del Congreso, todos coincidían en que la deuda está fuera de control.

Lo más curioso fue leer los extremos a los que sometían la sobriedad académica para justificar su punto: el presidente del Banguat justificaba su postura haciendo referencia al crecimiento que ha tenido la deuda en términos absolutos. La deuda ha pasado de Q17 mil millones en enero de 1995 a Q108 mil millones en diciembre de 2013, ergo el crecimiento es exorbitante y no puede continuar. Ese punto en particular me recordó una ocasión durante una clase de Macroeconomía en que intenté respaldar una propuesta empleando números macroeconómicos en términos absolutos –en aquella ocasión, refiriéndome al saldo de cuenta corriente. Me gané una puteada bien merecida: aquello era una aberración económica. Para que tengan sentido, las variables macroeconómicas deben expresarse como porcentaje del PIB, con muy contadas excepciones. Y ello derivado no de algún oscuro convencionalismo académico sino de la necesidad de que los números guarden relación con la realidad a la que se refieren.

No hacerlo de esta manera, por ejemplo, nos llevaría también a concluir que estamos a las puertas de una crisis como la de Estados Unidos, pues el crédito para vivienda otorgado por la banca local ha crecido tanto o más aceleradamente que la deuda del gobierno. Concluiríamos eso cuando la realidad es todo lo contrario: ni el gobierno ni los mercados privados de deuda están cerca de crisis alguna, ya que Guatemala es uno de los países con menos deuda del mundo, ello mientras estamos sumidos en la pobreza y la improductividad.

Más aún, al leer el reporte más reciente de la firma Standard & Poor’s sobre Guatemala –precisamente el reporte que elPeriódico toma como base-, el desempeño fiscal del país aparece como una de las fortalezas que sostienen la calificación, mientras que la debilidad institucional aparece como la principal limitante. Esto tiene sentido: ningún reporte serio de calificación de riesgo pasa por alto las variables institucionales y la situación social del país o entidad que califica. Esto quiere decir que aún si nuestro objetivo máximo fuera mejorar la calificación de riesgo de Guatemala –importándonos un comino el bien común, excepto por la relación que éste tenga con la calificación de riesgo- tendríamos que realizar inversiones para mejorar nuestros indicadores sociales, posiblemente adquiriendo deuda adicional en el proceso. En pocas palabras, la situación es totalmente contraria a los planteamientos de elPeriódico, Barquín y los jefes de bancada.

Esta clase de tergiversación –en la cual los actores llegan a poner en juego su credibilidad con tal de vender un punto- es característica de las situaciones en que se tocan valores o intereses fundamentales de una sociedad. En este sentido, es similar a lo que hiciera la Administración Bush para vender la invasión a Iraq. Es como si lograr un resultado –en este caso, evitar que el gobierno contraiga más deuda- fuera tan importante como para justificar pasar por encima de cualquier estándar académico o de credibilidad.

Y no es como si contraer deuda fuera la solución confiable para los problemas del país o no implicara ningún riesgo. La política fiscal guatemalteca se podría perfectamente criticar a la luz de su falta de transparencia y eficiencia. Pero si el problema real son estos temas, ¿por qué no se plantea así? Esto me lleva a mi segundo punto, la moral nietzscheana.

Hace algunos meses planteaba que filosofías que en apariencia están en las antípodas pueden tener más en común de lo que se piensa, en aquel caso refiriéndome a los trabajos de Karl Marx y de Ayn Rand. Lo que ambos comparten –y es un valor asumido hasta la raíz por la sociedad actual, pero sobre todo por la guatemalteca- es la moral de Friedrich Nietzsche. Marx lo sintetizaba bien: “Los filósofos interpretan el mundo de muchas formas; el punto, sin embargo, es cambiarlo.” Rand lo dice a su manera: “Lograr la felicidad es el único propósito moral”.

Es, en síntesis, la ideología de “el fin justifica los medios”, evidente en los nuevos dogmas de género que criticaba Óscar Pineda o la triste situación de los conflictos sociales del país, en los cuales –como atinadamente describía este medio- “todos mienten”. Es una forma de ver las cosas que sirve bien a la guerra. Pero como afirmaba Churchill: “Aquellos que podrían ganar la guerra, rara vez pueden hacer una buena paz y aquellos que podrían hacer una buena paz, rara vez podrían ganar la guerra”.

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