De esa cuenta no importan las cosas bien hechas, es decir, cosas realizadas al amparo de opciones estratégicas para el desarrollo, socialmente sustentadas, adecuadamente dimensionadas y respaldadas técnica, institucional y financieramente. En general, los espacios públicos solo son plataformas para este móvil perverso.
Bajo este móvil se invaden los espacios públicos de las más variadas formas. Algunas se legitiman utilizando como plataforma los procesos electorales, lo cual permite, finalmente, desde una curul u otro cargo de elección, iniciar la concreción del sueño perseguido. También el proceso electoral, por intermedio del financiamiento de las campañas, permite concretar este sueño desde un ministerio, una secretaría, una “asesoría especial” en fin, un espacio desde donde se gestan negocios. Otras, obedeciendo a muy finos ejercicios de “lobby y cabildeo” y con el argumento de que, solo bajo la vigilancia del sector privado el Gobierno no podrá hacer de las suyas, se legitiman a través de instrumentos legales que permiten su participación en “órganos de dirección”. Desde estos órganos, que deberían ser espacios eminentemente públicos, se implementan los más variados mecanismos de control a favor de intereses particulares. En no pocos casos, las instancias bajo la conducción de estos órganos, terminan deformándose a extremos tan nocivos que el “ámbito público objeto de gestión” puede llegar a niveles lamentables. Aun así, el criterio de “exprimir” al máximo lo público, se mantiene. Ámbitos como el de las tierras y los bosques, van por este camino.
De manera paralela a este mundo de interés político-corporativo operan otros, pero me interesa destacar el de los sectores bienintencionados, interesados en el cambio, en el desarrollo sostenible en el más amplio sentido, es decir, en el sentido del progreso cuantitativo y cualitativo que puede sostenerse en el tiempo porque descansa en la concepción del desarrollo sistémico, no sectorial. En la idea de que el desarrollo solo será posible si el crecimiento económico apoya directamente el desarrollo social, mantiene saludable la base natural que soporta a la sociedad y permite fortalecer las instituciones. En este mundo está la academia, el movimiento social organizado, organizaciones nacionales e internacionales de desarrollo y otras con capacidades técnicas que generan análisis y una alta cantidad de propuestas. Muchas de estas propuestas han demostrado contundentemente progresos sostenidos en otros países con problemas y oportunidades similares.
Estos mundos, como dije, operan prácticamente de manera paralela porque los puntos de encuentro casi no existen y si los hay son poco efectivos. El primero es un mundo prácticamente estéril, no le interesan las cosas bien hechas. Hacerlas bien solo será posible con una profunda reforma del Estado guatemalteco.
El actual proceso electoral no parece dar muestras de engendrar algo distinto a lo esbozado arriba. Y nosotros somos parte del juego que solo permite el cambio de estafeta en el primero de los mundos. Muchos, en este, tienen cargos vitalicios. Los del segundo, ofrecemos una y otra vez, ya sea las mismas o nuevas propuestas. Mientras estas condiciones profundizan nuestros problemas nacionales, para el ciudadano común, las elecciones pasan y la vida sigue igual, seguramente con nuevas penas y desencantos.