Moralmente incorrecta

En un programa de televisión que vi recientemente, me enteré de que, porque tengo sobrepeso, soy moralmente incorrecta. ¿Qué quiere decir eso?

Pues según decían en ese programa, lo que pasa, sobre todo con las mujeres que tienen unas cuantas libritas de más, es que en la actualidad se ve como un signo de fracaso personal e incluso social, el hecho de estar gordo (a).

Reconozco que estar al tanto del término que “me representa” me causó un gran alivio, una especie de liberación social. Soy inmoralmente incorrecta porque tengo sobrepeso. Punto y final. O tal vez punto y seguido o, en el mejor de los casos, puntos suspensivos. De hecho, si seguimos este razonamiento, también lo son quienes tienen este “problema” de manera independiente a las causas que lo originen. Por ejemplo, si alguien padece de la tiroides, o si toma medicamentos para una enfermedad que como efecto secundario produce que el metabolismo sea más lento, o porque simplemente está en sus genes, o porque la comida que ingiere es más chatarra que sana, o porque aunado a lo anterior, además, tiene la suerte de comer bien y bastante, en un país –que no se nos olvide— donde todavía de vez en vez salen a relucir los datos espeluznantes de que hay miles de personas que se mueren literalmente de hambre.

Lo cierto de todo esto es que en Guatemala tener unas libritas de más, especialmente a cierta edad, es algo común y corriente. Las mujeres de 20 son mayoritariamente esbeltas y al tener los hijos engordan. Los hombres de 20, al pasar de los años y casarse, engordan. Hay excepciones, por supuesto, pero si vemos en las calles, eso es lo que sucede. Basta con que una tarde cualquiera nos sentemos en una de las bancas de la sexta para observar y observarnos. Que la calidad de la comida que ingerimos tiene qué ver, no cabe duda, pero la genética también, presupongo.

Lo cierto es que gracias a los parámetros de belleza que empezaron a generarse a partir de las modelos delgadas de los años sesentas y setentas (anoréxicas ya para los noventa), el qué comer, el qué tomar, el qué untarse, el qué vendarse, el qué ejercitarse, etc., etc., no es sólo una preocupación creada para vender la mayoría de productos aledaños al tema, sino también una preocupación real que está ligada más que al concepto de salud, al de belleza. Todos y todas, a veces, quisiéramos congelarnos a cierta edad y, como una especie de Dorian Gray, mostrar nuestro mejor rostro por siempre. Eso sí, sin vivir ni morir debido a las graves consecuencias que a este personaje le costó su vanidad.

¿Dietas de hambre y ejercicios extenuantes? ¿Operaciones riesgosas? ¿Reconstrucciones innecesarias? ¿Liposucciones con rebote? ¿Lipoestructuras con doble rebote? ¿Pastillas y vendajes y toda la gama de etcéteras que llenan el mercado de las medidas perfectas? Deberían ser solo una cuestión por y para conservar la salud. Porque la belleza y la juventud, lo sabemos quienes hemos tenido la suerte de haber pasado por las primeras décadas de nuestra vida, son siempre relativas, y nunca un verdadero condicionamiento para el éxito, ni para la aceptación, ni mucho menos para el amor.

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