Hace ya varios procesos electorales que me desencanté de las urnas.
El saldo era el mismo: no había diferencia entre elegir a tal o cual candidato a presidente, quien iba por una curul terminaba haciendo un poco más de lo que ya conocíamos y el alcalde de mi ciudad pensaba que era solamente su ciudad. No había fuerzas sociales ni discusión de fondo ni candidatos rescatables, solamente el vacío llamado al voto porque «es un derecho y una obligación» (premisa cierta, pero insuficiente).
Nunca como antes había sentido la fuerza de esa alianza afianzada en la historia y en el Estado. La alianza criminal —ese entretejido perverso de algunos empresarios, militares, políticos y todos los narcos— quiere seguir teniendo el control de las instituciones públicas, de los recursos que hemos puesto en común para ser una mejor sociedad, y así seguir manteniendo el privilegio y la ganancia resultantes de lo ilícito. Es cierto, pero, aun así, estas son mis elecciones favoritas.
Aun en este panorama electoral, que es el más difícil que recuerdo, y luego de años de frustración inducida por el sistema, pienso que podemos imaginar realidades diferentes y mejores.
Lo son porque rescato la participación de las mujeres, y no siempre de las punteras. Existe —entre inscritos y por inscribirse— una decena de binomios en los que hay mujeres, y vale decir fuerte los nombres de algunas de ellas: Thelma Cabrera, Claudia Valiente, Liliana Hernández y Blanca Colop. Algunos hombres comparten con las candidatas una trayectoria de décadas, desde la academia, la academia ixil y las organizaciones sociales: Manuel Villacorta, Pablo Ceto, Neftalí Cabrera, Jonathan Menkos. Hay binomios de hombres y mujeres indígenas. Además, esta vez hablamos de refundación del Estado, es decir, nos damos el derecho de imaginar Estados diferentes, y no solo nos limitamos a la justa lucha contra la corrupción. Hay candidatos a diputados que he visto trabajar con mucho compromiso sin que pertenecieran a un partido. La credibilidad y la confianza no están puestas ni en el partido ni en el caudillo, sino en ellos y ellas, que han demostrado su trabajo y servicio a través de los años.
Estas son mis elecciones favoritas porque entre muchos y diversos estamos hablando a largo plazo y apurando los encuentros para generar procesos propios. A la par del intento necesario de rescatar la democracia electoral están también los esfuerzos por retomar la democracia, que necesita de palabra convencida, conciencia, participación y organización. Los dos procesos son necesarios para tejer una realidad digna. También lo es apostar por el futuro, que no está marcado por el tiempo electoral.
De haber un cambio en este país, no será ni fácil ni rápido. Tampoco estará exento de riesgos y peligros. Aun en este panorama electoral, que es el más difícil que recuerdo, y luego de años de frustración inducida por el sistema, pienso que podemos imaginar realidades diferentes y mejores. Lo sé porque veo a personas cercanas sonreír aunque vaya a ser un tiempo duro, de limitaciones, de cierre de espacios, de cansancio.
«A más oscuridad, más brilla la luz, aunque sea pequeña». Eso me dijo alguna vez un amigo luego de una catástrofe amorosa. Creo profundamente que se aplica mejor a la política.
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