Mi primer día de trabajo

El trabajo: ¿un medio de subsistencia o un fin en sí mismo?

Ocurrió dentro del metro de Madrid durante un día caluroso de aquel julio infernal. El aire caliente se hacía irrespirable a causa de la mezcla de hedores que transpiraba el coctel de personajes que reunía el metro a esas horas de la mañana. Alcohol, tabaco, café, perfume y sudor eran los identificables. Los zapatos me apretaban y lastimaban, pues no los había usado suficiente. Las gotas de sudor recorrían sin prisa la espalda hacia el culo. La camisa recién planchada ya llevaba más arrugas que mi abuela. Era mi primer día de trabajo formal y, antes de poner el primer pie en la oficina, yo sentía cómo ese vacío enorme crecía en el estómago y no intuía de qué se trataba. Varios meses más tarde renuncié y me prometí nunca más volver. Volver a la nada.

Trabajo: bendición para unos, maldición para otros. Hay quiénes rezan trabajando. Dicen que el trabajo es un medio para la perfección, para la santidad. Otros, un tanto menos religiosos pero igual de dogmáticos, ven en la capacidad productiva de la persona su dignidad. Elevan el trabajo, ni más ni menos, al atributo esencial de la humanidad.

Algunos no tienen tiempo para rezar ni para preguntas sin sentido. Están demasiados ocupados en conseguir el cuantioso bono o la sabrosa comisión, la cual incluye, en letra pequeña, una úlcera de por vida. Como si la zanahoria debajo del palo estuviese adulterada, podrida. Estos dicen que no lo hacen por dinero (¿alguien no trabaja por dinero?), sino porque está en juego algo más importante: ellos mismos, su realización como personas (como si persona y trabajador fuesen sinónimos). Para ellos el trabajo no es un medio, sino un fin, el más alto de todos.

Otros no tienen tiempo para nada. Solo tienen que trabajar para sobrevivir. El hambre no deja espacio para pensar. Deben enfrentar la miseria con sus propias uñas y manos. La única salida es el trabajo.

Pero nadie se cuestiona por qué esa es la única vía. Nadie se pregunta por qué y para qué trabajamos.

Hay partidos que abanderan el trabajo digno dentro de sus programas. Otros defienden y promueven el trabajo libre sin darse cuenta de que esto es casi un oxímoron. El primer grupo de partidos y de programas políticos está dirigido a la clase trabajadora, como si solo ellos trabajasen o fuesen los únicos con la posibilidad de ser explotados. Además, solo se indignan por las malas condiciones del trabajo, no por el trabajo en sí. El segundo grupo de partidos se dirige a aquellos que quieren ser empresarios, como si fueran de otra estirpe, cuando en realidad no son más que otros trabajadores que están también autoexplotados. Siguen sin preguntarse por qué y para qué trabajamos.

De repente todo gira en torno al trabajo sin que nadie se pregunte por qué y para qué trabajamos.

Unos trabajan para sobrevivir, otros viven para trabajar y casi nadie trabaja para vivir. Algunos, con soga al cuello (corbata), se entregan al trabajo con pasión y desenfreno. Están enamorados de sus trabajos o al menos fingen estarlo. No son José, Ricardo ni Pablo, sino licenciado, abogado o ingeniero. Nombres que significan algo, títulos que dicen más que José, Ricardo y Pablo.

Permitimos que nos traten en el trabajo como en ningún otro lugar. En casa, si alguien nos habla mal, respondemos. En la calle, si alguien es abusivo, respondemos. En el trabajo, si se cruza esa línea del respeto, aguantamos. Y a eso lo llamamos inteligencia emocional o algo parecido.

Descansamos para trabajar mejor. Dormimos las horas suficientes para ser más eficientes. Nos ejercitamos para estar más activos. Cambiamos nuestros hábitos de vida para mejorar resultados. Y de repente todo gira en torno al trabajo sin que nadie se pregunte por qué y para qué trabajamos.

Una vez escuché a un profesor muy conocido de economía en este pobre país afirmar que lo que nos mueve por dentro es el siempre querer más. Además, como no es un juego de suma cero, hay para todos los que se esfuercen. O por lo menos así dicen. Siempre queremos que nuestra situación sea mejor sin necesariamente haber pensado en qué consiste ese mejor. A veces ese mejor no es más. Muchas veces, todo lo contrario, mejor es menos.

Me parece que ya tengo suficiente, que ya soy suficiente, que más me valdría dejar de desear y empezar a vivir. Igual es momento de abandonar esta carrera a ningún lugar antes de que sea demasiado tarde y no sepamos hacer nada más que trabajar, antes de que estar cansados sea el nuevo normal, antes de que confundamos realización con explotación, antes de que queramos ser algo distinto de lo que ya somos. Igual ya es tarde, pero yo no quiero volver, volver a la nada.

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