Mi mamá me envidia

Esta necesidad de escribir. Tremenda necesidad. De hacer sentido de todo lo que estoy viviendo, pasando, aprendiendo, desempolvando, y también de todo lo que estoy borrando y reemplazando por cosas nuevas.

Hoy mi mamá me dijo: «Entre todo y todo, tenés una vida maravillosa. Yo te envidio. Tenés una buena vida».

Puerca. Eso me dijo mi mamá, de la cual a veces reniego y me quejo, cuya historia conozco muy poco, salvo las historias y leyendas comunes que se transmiten en las familias ladinas. Su pobreza cuando era niña. Lo buen médico que era su papá, que no cobraba a sus clientes indígenas pobres. Su madre inteligente y dura, con estudios en la universidad de la Sorbona en Francia. La sencillez de su vida. Los juegos de beisbol con zapatos de cuero. La farmacia donde creció y trabajó por casi 50 años. Sus compañeras de clase en el Santa Teresita, las monjas, la hipocresía de las religiosas y los religiosos, las imposiciones y los moralismos que ella percibía, cuánto detestaba confesarse y cómo se enteraba de que los sacerdotes iban a contarles a las monjas las confesiones de aventuras sexuales de algunas jovencitas para que las «corrigieran y enderezaran». La triste historia de cuando su compañera de clase la invitó a una finca y ella solo tenía un vestido y un «suetercito» para usar todo el fin de semana y de cómo, a pesar de eso, mi madre era la más linda y buscada por los chicos (todas estas historias están en mi mente y si no las escribo se van a borrar).

Y yo lo que quiero es honrar a mi madre. A la única figura de autoridad familiar que tuve, pues mi padre murió cuando yo tenía un año. Tuvo un infarto a los 52 años y dejó atrás a su esposa de 42 y a cinco hijos entre 1 y 15.

Quizá me dijo que me envidia porque ella no pudo ser tan libre como hubiese querido, a pesar de que en su época las mujeres no iban a la universidad y ella sí fue.

Cómo mi familia siempre sobrevivió (o, más bien, cómo en mi entorno familiar yo sentía que había que sobrevivir, pues mi madre siempre estaba sobreviviendo y sacándonos a flote económicamente para poder tener una buena educación). En el Colegio Americano, en la Universidad Francisco Marroquín, en la Universidad del Valle, en la Universidad Rafael Landívar.

Hijos del privilegio, pero en menor medida. Conscientes, pues nuestra madre luchaba. Sus motivaciones podrían haber sido elitistas y clasistas por ratos, pero su amor era implacable. Insuperable. Incondicional. Ella quería lo mejor para sus hijos, y su entendimiento de cómo darnos lo mejor era a través de educación de alta calidad.

Y hoy me dijo que envidia mi vida. Y es que ella siempre hablaba de ayudar a los pobres, de justicia, de igualdad. Y, aunque a veces el comportamiento de mi madre es racista y clasista (ella es hija de su época: nació en 1934), en su corazón sabe que la justicia es un ideal hermoso.

Quizá me dijo que me envidia porque ella no pudo ser tan libre como hubiese querido, a pesar de que en su época las mujeres no iban a la universidad y ella sí fue. Sin embargo, ella, a mi edad, quedó viuda y con cinco hijos, así que tuvo que asumir roles de proveedora y administradora que otras mujeres de su época no asumían.

Creo que lo que quedó pendiente es que yo platique con ella y entienda por qué envidia mi vida. Esa es una tarea pendiente. Pero se quedará pendiente para siempre, pues mi madre ya no está. Partió ojalá a un mejor lugar, a encontrarse con mi papá. Espero haberla honrado de la misma manera en que ella se entregó y dedicó a sus cinco hijos.

15 de junio de 2021.

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