México evasivo

Viajando por el desierto, una vez más hacia Columbus Nuevo México, en medio de la soledad total de la carretera, no puedo evitar pensar en El Principito.

Pienso en la soledad del desierto, pero también en la soledad del niño y su amor por la rosa y la soledad del aviador.

Estoy solo en El Paso. Vivo solo, trabajo solo, como solo, nado solo y cada día me cuesta más y más conectarme (tecnológica y emocionalmente) con la gente que quiero.

La soledad del desierto, las planicies abrasadas y el paisaje casi marciano no hacen sino resaltar ese hecho, la soledad en medio de la enormidad de este desierto y este país.

Pero ahora que lo pienso, en Guatemala también estaba solo, más si acaso. Durante todo 2010, la soledad fue una constante. Salvo por la presencia de los chicos.

Quizá la serpiente tenga razón…

—¿Dónde están los hombres? —prosiguió por fin el principito. Se está un poco solo en el desierto…

—También se está solo donde los hombres —afirmó la serpiente.

Este  no guarda tesoros como el desierto del principito, de eso estoy seguro. No hay una fuente hacia donde caminar tranquilamente al caer la noche. Secretos sí, pero tesoros ninguno.

Guarda sin duda los cadáveres de miles de inmigrantes que quisieron cruzar a este lado. Guarda, sin duda, la esperanza que tienen algunos activistas que sus piedras apiladitas en medio del desierto lleven a los migrantes a buen puerto.  Pero también guarda las piedras que un loco o hijo de puta llega a apilar cada seis meses durante unas semanas en primavera y otoño. Quién sabe si lo hace por joder o para joder a los migrantes.

Guarda un arbusto de navidad en abril. Un arbusto espinoso, con un regalo en la base. Se ve desde lejos, como un espejismo con bolitas de colores colgando de sus ramas, guirnaldas de papel plástico plateado y un regalo absurdo. Es un kit de belleza, barato, quemado por el sol. Parece obra de estudiantes de arte que viven en la inopia o de algún hijo de puta con un sentido del humor perverso.

El árbol, un chirivisco lleno de espinas, con sus adornos y su regalo como una dolorosa metáfora del sueño americano y la olla de oro al final del arco iris.

Voy en mi auto, intentando no pasarme del límite de velocidad. Sigo sin comprender cómo es que me dieron el carro, me dejaron que me lo llevara a casa y aún no aprueban el crédito. Me lo dieron sin que entregara todos los papeles.

Pero lo que más me intriga es la presencia de un turco en la agencia de autos. El hombre habla raro el inglés y no habla nada de español y no hace nada por mostrar que es turco. De hecho tuve que conversar con él como cinco minutos en lo que esperaba a mi vendedor para descubrir su secreto.

No está claro si es turco alemán o turco turco. No está claro por qué este turco, de apellido Dagdemir, trabaja en una venta de carros en El Paso. Pero lo más desconcertante es que detrás de su tarjeta de presentación me escribió la dirección de un sitio turístico en Turquía. www.antalya.com, el cual me exhortó a visitar en cuanto llegar a casa. No tiene sentido.

Llegar de nuevo a Columbus es una experiencia extraña. Ya conozco el pueblo, ya se moverme allí. Tiene doce calles y eso ayuda a que sea fácil no perderse. Pero, por otra parte, descubrir una nueva capa, una capa más profunda de las intrigas de esta aldea me remite a qué poco descubrí cuando vine la primera vez.

Me entero de un hombre de Palomas, al otro lado de la frontera, quien después de tener “una casa de un millón de dólares en el otro lado” ahora hace tacos para vivir porque al parecer no puede aparecerse por allá.

Me entero de las rencillas que había dentro de la Policía local, aún antes de que el jefe de policía, el alcalde y un concejal fueran arrestados por traficar con armas para suministrar a los carteles del narcotráfico en México.

Me entero de que hay quienes  no ven diferencia entre la corrupción en Columbus y la que hay en México, Colombia y Centroamérica. Hay quienes están seguros que es cuestión de tiempo antes que la violencia que asola la frontera norte de México, se desborde para este lado.

Me entero de que la aldea está dividida entre quienes apoyan y quienes detestan al alcalde. Me entero de que el alcalde interino es pariente de cinco de los implicados en el caso, me entero también de que la presión es mucha para él.

Tenía pensado cruzar la frontera hacia Palomas. Dicen que hay un restaurantito con buenas margaritas allí. Pero por algún motivo u otro, México me sigue eludiendo. Lo veo, a lo lejos, lo veo en la distancia pero no logro llegar allí.

Es hora de volver de a casa. Es de noche y la perspectiva de cruzar el desierto a estas horas no es nada halagadora. “Solo asegúrate de tener el tanque lleno de gasolina”, me dice el recién nombrado jefe de policía. Un chico de menos de 30 años, alto como una señal de alto y corpulento como una refri que habla de community policing y de hacer un cambio para que la gente confíe de nuevo en ellos.

Otro, uno de los miembros del departamento del Sheriff, me dice que no me preocupe. Que el todo el tiempo viaja por esa carretera. “Pero, también hay que tomar en cuenta que yo voy armado a todas partes”, me dice mientras acaricia la cacha de una enorme pistola que lleva colgada del cinto.  Por mi sonrisa a medias, que veo reflejada en sus gafas de espejo, concluyo que el comentario no me hace gracia, que intento que él no se dé cuenta de eso y que fracaso completamente en el intento.

De vuelta, no hay nada en el camino. Salvo cientos de conejos me miran desde la orilla de la carretera, como esperando su turno para lanzarse a las ruedas del auto. Esta noche conté docenas de cadáveres de conejo aplastados en la ruta.

No hay nada en el camino, salvo la eventual patrulla fronteriza agazapada detrás de algún arbusto, la arena y una luna que comienza a menguar.

El aire aún está un poco frío y no apetece abrir las ventanillas. Después de todo, recién comienza la primavera. Ya habrá tiempo para sentir los olores del desierto y agradecer que se ha hecho de noche cuando el calor comience a apretar.

J.

27 de marzo de 2011

There’s bound to be a ghost at the back of your closet

no matter where you live

There’ll always be a few things, maybe several things

that you’re going to find really difficult to forgive.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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