Mestiza y también ladina (II)

Me interesa profundizar en el ladino, en la ladinidad, y reflexionar sobre esa nueva manera de decirnos mestizos. Hace algunos meses tuve una discusión al respecto con una gran amiga. Su punto era que el mestizo ya no es un ladino racista y asume también su ser como una mezcla de culturas, pero también de procedencias, es decir que también son indígenas nuestros antepasados, aunque no sean los únicos.

Quisiera decir por qué no estoy de acuerdo con este planteamiento y proponer líneas de argumentación para entender la ladinidad. Parto de un mestizaje compartido por todos los que en este país vivimos. Y no lo digo solo por lo que comúnmente se conoce como una mezcla de sangre, sino también porque en Guatemala los diferentes pueblos conviven y han hecho propios elementos culturales del idioma y a veces hasta valores políticos y sociales de los otros (el cuchubal, de raíz k’iche’, es un ejemplo de esto). Lo creo igualmente porque los movimientos globalizadores y globalizantes han permeado nuestras maneras de relacionarnos, de vernos a nosotros mismos y a los demás. En la actualidad conocemos —porque son nuestras— otras maneras de ser y de comprender el mundo. Estas múltiples relaciones no nos aíslan como grupos o pueblos. Al contrario. 

Segundo, creo que todo pueblo tiene una historia y que el pueblo ladino no es la excepción. Al decirnos mestizos (solamente) pareciera borrarse nuestra historia, y, como sujetos políticos y sociales, esto es de suma importancia para pensarnos y repensarnos en relación con Guatemala. Pensar en cómo hemos sido como pueblo, cuáles han sido nuestros errores y también cuáles han sido nuestros momentos para sentirnos orgullosos por colaborar a pensar realidades diferentes. No nacimos cuando la cooperación dejó de llamarnos ladinos y prefirió llamarnos mestizos para alivianar las diferencias que siguen existiendo. Además, puede que esa historia no sea un campo florido y que debamos, como pueblo, asumir los errores de los antepasados, pero de ninguna manera podemos seguir latigueándonos la espalda por una historia que tiene y debe tener posibilidades de cambio. 

El pueblo ladino es más complejo y diverso de lo que se cree. Un ladino zacapaneco nunca se sentirá, en principio, como un ladino capitalino. Pero aun así compartimos muchos elementos culturales, desde nuestro idioma hasta celebraciones en tiempo calendario, comida, la manera de entender el mundo… Todo nos hace vernos como un pueblo. Es cierta su cercanía con el mundo occidental y sus valores, su manera de entender el conocimiento, la religión, la manera de hacer política y también sus perversiones, pero en todo ese universo también se encuentran sus contradicciones como pueblo. No somos ni uno ni otro. Somos lo que somos: somos ladinos. 

Por último, intuyo que existe vergüenza por la ladinidad, y debe tenerse cuando esta ha sido racista, excluyente y convenenciera. Pero creo que cada vez más el mundo cotidiano y también algunos ámbitos académicos nos muestran los cambios en la propia ladinidad: una ladinidad dinámica, como cualquier cultura. Existe pensamiento crítico, convergencia en visiones de la política y la realidad nacional, admiración por formas de ser de otros pueblos, luchas compartidas. Y cuando pienso en esto último pienso en la guerra y en cómo la lógica estatal, defensora de los intereses de unos y financiada por los mismos, hizo sufrir tanto a unos como a otros. No me imagino el dolor de los sobrevivientes de las masacres, pero tampoco me imagino la angustia de una madre que recibía llamadas cada cierto tiempo de un hijo que nunca más volvió a ver. Este año vi a indígenas y ladinos en un mismo juicio pidiendo verdad y justicia. (Y continuará…).

Autor