«Masocracia» galopante

Masoquismo es un concepto inspirado en la obra del novelista austríaco Leopold Ritter von Sacher-Masoch (1836-1895) y, aunque se utiliza principalmente en el ámbito de las relaciones sexuales, también sirve para que la psicología trate casos de personas con sentimientos de culpa por vivencias traumáticas, situación comparable con las elecciones en nuestro país.

Guatemala recorre el año 36 desde la denominada apertura democrática, lapso en el que, invariablemente, la ciudadanía que cada cuatrienio acude a las urnas termina desencantada con la única arista que se cumple de la democracia y luego de la cual se suscita una especie de autoflagelación, pues más temprano que tarde la gente manifiesta dolor emocional.

A partir de 1986 sumamos 11 gobernantes, 9 respaldados por el sufragio de la mayoría que ha atendido las convocatorias del Tribunal Supremo Electoral. Sin embargo, las expectativas iniciales han derivado en frustraciones propias de las particularidades de una democracia como la guatemalteca.

Y es que por democracia debe entenderse la organización del Estado merced a la cual los destinos nacionales son definidos por el pueblo. Para el efecto se establecen mecanismos que la hacen participativa, representativa, directa e indirecta, por ejemplo. Vale señalar que el origen del sistema se remonta a la Atenas del siglo VI antes de Cristo.

Quienes defienden la democracia esgrimen que se gobierna para el bien común, pero, al descender del Olimpo teórico a la práctica terrenal, la distancia entre uno y otra es tan grande como el tiempo transcurrido desde que en Grecia la promovieron. Diferentes ponencias, como la citada arriba, argumentan que no hay democracia si hay desigualdad. Y en Guatemala abundan los números rojos en salud, educación, vivienda, equidad de género, trabajo, etcétera, y ahora también en vacunación.

Obviamente, mientras la pobreza, el desempleo, el racismo, la impunidad y otras evidencias de injusticia social prevalezcan, no puede hablarse de la concreción de un gobierno para, con y por el pueblo. Lejos de eso, hemos ido asistiendo a la instauración y perfeccionamiento de otro sistema, la cleptocracia, en el que solo se piensa en la mayoría de la gente cuando llega la fecha de los comicios, ya que el objetivo de quienes alcanzan el mando es enriquecerse a través del manejo de los fondos y los recursos públicos.

Víctimas de una excitación proselitista, observamos que, influidos por cantos de sirena, grupos de personas emiten un sufragio que les depara sometimiento, del que luego surge la indignación.

Imponer la cleptocracia conlleva apañar la corrupción, y en ello juega un papel clave el clientelismo, el mismo que cada cuatro años induce la victoria electoral de quien reparte más láminas, arma espectáculos, vende humo, goza de un oscuro financiamiento y desinforma en las redes sociales en desmedro de quien presenta una propuesta programática consistente.

Una democracia sin sustento y una cleptocracia fuerte han dado pie para que en Guatemala presenciemos una masocracia galopante, término que propongo a partir de las ideas de Sacher-Masoch y del postulado ateniense para asociarlo con la tormentosa acción ciudadana de visitar las urnas, votar y poco después quejarse. Por cierto, el politólogo italiano Giovanni Sartori (1924-2017) lo vincula con la manipulación de masas, sobre lo cual escribe en La sociedad teledirigida (1998).

En Guatemala, todo parece indicar que en materia electoral pasamos por un déjà-vu, repetimos la secuencia cual guion de El día de la marmota (1993, con Bill Murray y Andie MacDowell) o, peor, como el animalito mira su sombra cuando es sacado del tronco, nos toca afrontar la prolongación del drama no por un corto período, sino permanentemente.

Tal cual lo apuntan los conocedores, la cleptocracia ocasiona graves daños, y más cuando se produce la captura de los poderes judicial y legislativo por parte del ejecutivo. No es casualidad lo que se registra en Guatemala, pues para fortalecer la cleptocracia se ha diseñado una plataforma en la que corren con ventaja las y los que buscan aumentar fortunas o generarlas de la noche a la mañana en tanto un segmento significativo de la población sufre los peores males del abandono y otro se acomoda y hasta cumple roles de comparsa.

Víctimas de una excitación proselitista, observamos que, influidos por cantos de sirena, grupos de personas emiten un sufragio que les depara sometimiento, del que luego surge la indignación. ¿Habrá forma de salir del pantano creado por la cleptocracia y de anular el virus de la masocracia?

Autor