Los inevitables

Uniformados de negro, con pantalones ceñidos y gorro, comúnmente poco amables, serios. Botas militares, armas y pick-ups con grandes letras: P.N.C.

La Policía Nacional Civil de Guatemala, a la que se le quiere modernizar desde años, la apuesta de seguridad civil luego de los Acuerdos de Paz. La sobornable, la de las mordidas, la abusadora y la siempre corrupta. Aún así, una policía que es poder y autoridad.

Este viernes pasado, luego de un tremendo accidente en donde por fortuna (y reflejos de quién iba manejando), nos salvamos con unos colegas del trabajo, paramos una radiopatrulla, esperando que ellos tuvieran la capacidad de llamar a paramédicos con más rapidez que nosotros.  La conductora había perdido el control del carro y se había perdido 30 metros abajo, en un abismo, camino a Alta Verapaz. Un agente arrogante simplemente se bajó de su carro –que dejó en una curva y que casi ocasiona un segundo accidente–, para robar dinero de la cartera de la mujer que trataba de subir con ayuda de otros hombres que habían parado al ver lo que había sucedido. Y luego, como buen oficial, las primeras palabras que intercambio con la mujer fueron para pedirle los datos del vehículo.

¿Quién roba mientras alguien sube después de haber literalmente volado en un carro? ¿Quién, siendo autoridad, se preocupa por saber qué carga en la billetera y finge estar preocupado preguntando el modelo y la placa de un carro hecho chatarra en treinta segundos? Respuesta correcta: un policía en Guatemala. Nadie se sorprende, es un secreto a voces. Nos alegramos por estar vivos, no importa si nos roban, es casi como un trámite por la vida en Guatemala, es como el pago a la autoridad por atendernos.

El país necesita agentes de seguridad, agentes que nos cuiden y nos protejan, que sepan cómo reaccionar luego de un trauma como salir vivo de un accidente. Necesitamos personas entregadas al servicio de lo público, al servicio de los otros que deberíamos ver en ellos a las personas confiables y honestas. En Guatemala seguimos creyendo en los mitos de la seguridad como idea, pero siempre que nos topamos con el “héroe” de carne y hueso, no nos sentimos seguros, tenemos miedo y rabia. A veces preferimos que ni aparezcan.  

Menos de 24 horas antes, una radiopatrulla con dos agentes de la PNC y tres militares de reserva –según me dijo una amiga que me acompañaba–, nos habían parado. En una larga discusión, yo le decía al oficial que no nos culpara por no confiar en ellos, que definitivamente su historia y la institución a la que representaba no era precisamente intachable. Él se defendía diciendo que lo que hacía era su trabajo –y era cierto, y por lo que vi lo quería hacer bien–, y que no podía generalizar diciendo que todos los policías eran corruptos. Es posible que tenga razón. 

¿Qué significa ser policía en Guatemala? ¿Quién en este país de contradicciones y corrupción, de vidas tan diferentes y maneras de ganar dinero fácil, quiere ser policía? Esos funcionarios públicos, en contacto cotidiano con los habitantes de Guatemala, deben comprender que su trabajo puede ser otra cosa de lo que los jefes o los altos mandos son, y así redefinir lo que son. 

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