Los hijos de nadie

Los “niños sin acompañante” son una bofetada que pretende despertar humanidad internacional que ofrezca un trato justo a aquellos que sufren las consecuencias de nuestro Estado fallido y políticas migratorias absurdas.

Pocos niños y niñas tienen una familia que les proteja y acompañe durante su crecimiento físico, emocional, psicológico y afectivo.  Con algo de suerte llegarán a la juventud con el ejemplo de padres que si bien no son perfectos, dejarán el grato recuerdo de aquel par de viejos que no les permitían regresar tarde a casa y que les prohibían actividades que suponían riesgo. 

Algunos, ante la ausencia de un padre, iniciaron un camino esperanzado en el futuro junto a ella, figura materna que se convertiría en el referente único de trabajo abnegado que transformaba el sacrificio en gozo al intentar que las privaciones no arrebataran el sueño al niño.  Y si fuera la figura materna la ausente, sería el padre el que saldría avante con la formación y cuidado del hijo cumpliendo su rol sin certezas pero con optimismo.

Son muchos los casos en que ante la ausencia del padre y madre han sido las abuelas las que viviendo por segunda vez, sin importar sacrificios y cansancio fruto de los años buenos, se disponen a entregarse en cuerpo y alma a tan delicada labor de criar a esos niños abandonados fruto de las incomprensiones de los adultos. 

Y si vemos nuestra realidad un poco más, otros niños han sido abandonados en instituciones privadas de gobierno o iglesia  que brindan los insumos necesarios para su crecimiento.  En cierto sentido, ante el abandono ya sea de unos o de otros, aparecían otras figuras que se hacían cargo y apostaban por la niñez, que al fin de cuentas no tienen la culpa o responsabilidad de las malas decisiones de los padres o la falta de protección del gobierno.

Lamentablemente digo que se hacían cargo, pues en las últimas semanas hemos recibido una bofetada que expone la forma en que estamos tratando a nuestra niñez. 

Deplorable reconocer que ciertos padres expulsan a sus hijos de sus hogares como bolsas de basura, enviándolos a lugares donde han violado, secuestrado y matado a cientos de adultos. 

Las abuelas esconden el corazón y dejan que sus nietos avancen hacia la noche oscura sin tener certeza de dónde reposarán la cabeza o si alguien les leerá un cuento para conciliar el sueño y alejar los fantasmas que amenazan con ultrajarlos. 

Como sociedad, como país, le damos la espalda a nuestros niños y esperamos que otros encuentren soluciones efectivas y los traten como seres humanos cuando somos nosotros quienes los hemos deshumanizado. Nuestros gobiernos reclaman y firman pronunciamientos que piden clemencia y protección ante el gobierno estadounidense para que limpie nuestra hipocresía y tranquilice nuestra conciencia, estrategia que podemos aplicar pues al reconocer nuestro Estado fallido que expulsa sin misericordia a niños y adultos, parece que la única solución es que otros resuelvan nuestros muchos problemas. ¿El gobierno estadounidense legalizará a los inmigrantes en situación irregular?  ¿Permitirán que los familiares residentes reclamen su custodia?  Sea cual sea la respuesta, no podemos sentirnos derrotados y afirmar que hemos perdido la batalla contra el desempleo y corrupción, a tal punto de pensar que la violencia, pandillas y oportunismo son tatuajes de nacimiento y por lo tanto creer que es imposible vivir sin ellos.

Urge analizar, buscar soluciones y reflexionar acerca de los factores sociales que nos han llevado a expulsar a nuestros niños obligándolos a buscar un mejor futuro en otro lado, a sabiendas de nuestro ya resignado y cobarde fracaso nacional que no ha tenido la capacidad de ofrecerles un país digno en el cual puedan crecer con dignidad y libertad.

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