Los herederos de Lucas

El fallecido general y ex presidente, Fernando Romeo Lucas García, tuvo notoriedad nacional e internacional, por diversidad de razones. En el ámbito nacional destacaba el imaginario popular que consideraba que la inteligencia se había portado tacaña con él.

Célebres son las memorias sobre discursos y frases que se le atribuyeron y que alimentaron tal imaginario. Por ejemplo, “estábamos al borde del precipicio y hemos dado un paso al frente”. O aquélla, “me siento como en familia”, expresada en el corredor de un establo durante la inauguración de la feria ganadera.

También fue conocido por los actos de corrupción en que se embarcó su mandato, a tal grado que fue una de las excusas esgrimidas para derrocarle en marzo de 1982, apenas tres meses antes de concluir su gobierno. Lucas también se distinguió, como todos los de su estirpe, por la brutal represión en contra de opositores políticos y sociales. Su régimen fue clave para la aniquilación del pensamiento progresista en los ámbitos urbanos. Acción clave en la estrategia contrainsurgente de tierra arrasada.

La ejecución extrajudicial de Oliverio Castañeda de León, Manuel Colom Argueta, Alberto Fuentes Mohr, entre miles y miles más de asesinatos y desapariciones forzadas, son también sello del luquismo.  Acciones todas que fueron conformando el camino para el aislamiento internacional de Guatemala, el cual se concretó con el criminal asalto a la Embajada de España, el 31 de enero de 1980. Ese acto de barbarie le significó un mayor número de titulares internacionales. Un gobierno, dirigido por un general, había violado todas las reglas y convenios internacionales en materia de derechos humanos, así como de normas diplomáticas al tomar por asalto una embajada y prenderle fuego con todo y sus ocupantes, incluido el representante de España.

Fuera del linaje consanguíneo, Lucas García, muerto en el exilio por el golpe de Estado que lo depuso, tiene hoy un lamentable legado viviente. Son sus colegas de grado, generales de la guerra, cuyas cachuchas están detrás de la figura emblemática de ese ethos contrainsurgente que caracteriza a la Asociación de Veteranos Militares de Guatemala (Avemilgua). Ansiosos por evitar la justicia por las responsabilidades que les serían inherentes en crímenes contra la humanidad, han trazado y ejecutado milimétricamente su plan de campaña por la impunidad.

De las redes que han tejido lograron conseguir los fondos que llegaron al tamaño de las bolsas de algunos funcionarios. Pudieron entonces conseguir el empantanamiento local del proceso por genocidio –por demás con sentencia condenatoria en primera instancia. Lograron interrumpir el período constitucional de la jefatura del Ministerio Público y, consiguieron crear a su propio Frankenstein en la figura del tribunal de honor del colegio de abogados y notarios. Frankenstein porque, de mantenerse la resolución contra la jueza Yassmín Barrios, deja en riesgo de defenestrar a cualquier profesional de la abogacía que ocupe algún cargo público, incluidos los magistrados de la Corte de Constitucionalidad.

Con actos de brutalidad contra la población, el luquismo se apuntó para destruir al país y aislarlo internacionalmente. Con actos de brutalidad jurídica y contra el Estado de Derecho, sus herederos vuelven a dejar al país como paria, en aras de tener el triste privilegio de vomitar su odio, su resentimiento y su ignorancia supina.

Del enunciado que vio la luz en octubre de 2010, han podido agenciarse de aliados más poderosos en lo económico y lo político, así como de voces más estridentes en lo mediático. Los generales de la guerra han sido exitosos, no cabe duda, en levantar como el turrón, los discursos de odio que justificaron el genocidio en el siglo pasado. Para batir la mezcla que le ha dado vida a su fórmula han contado con muchas manos que de tanto mover empiezan a cansarse. Y quien ha preparado turrón sabe que, si deja de batirse, la espuma al final se cae convertida en baba, a menos que cambie de recipiente y renueve sus ingredientes. 

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