Significa el dato anterior que, de diez personas, dos trabajaron en tan detestable tarea. Imagínese los lectores semejante partición de conciencia: hermanos a hermanos vigilándose todo el día. Menuda tarea para los profesionales que se dedican hoy en día a reconstruir el entretejido social del país, porque, un corazón partido no es un corazón fiel.
En cuanto a los orejas, los hubo a mi juicio de tres clases: Los que fueron entrenados para el chancecito –ya descrito por Miguel Ángel Asturias en El Señor Presidente. Estos, a lo largo de la historia han tenido varios nombres: cuijes, choteadores, informantes, juras y miembros de la Gertrudis entre otros. Además, estuvieron aquellos que fueron forzados ya sea por el ejército o la guerrilla para espiar en instituciones públicas, empresas privadas, universidades, iglesias y cuanto estamento social pudieron copar. Y también, los que hicieron semejante trabajo de motu propio.
Los primeros se ocuparon asalariadamente aunque no sé si la guerrilla tuvo un presupuesto para ello, más creo que, quienes hicieron tal trabajo en la insurgencia, lo fraguaron a título de ideología; los segundos, ya lo dije, fueron conminados bajo amenaza y jamás estuvieron a gusto con semejante labor; y los terceros, lo hicieron para compensar en lo más profundo de su ser: frustraciones, odios, mezquindades y las más bajas pasiones que solo pueden encontrarse en personajes como el aciago don Fadrique Guzmán en Los Nazarenos, obra cumbre de Pepe Milla. Estos, los “voluntarios”, son los eternos orejas.
Los remunerados disminuyeron en número después de la firma de los Acuerdos de Paz. Los segundos desaparecieron (espero) y los terceros se han posicionado en ONGs y Fundaciones, son consultores privados y/o asesores, o se han infiltrado en organizaciones que pelean por los Derechos Humanos, partidos políticos (muy particularmente) y otras similares. Como en sus mejores tiempos, vuelven constantemente sobre sus pasos “a donde corresponda” para que les compren la información que han recabado y así, hacer daño a través de otros a las personas que abominan. En la mayoría de casos, este rencor deviene no de un daño que se les haya infligido sino de la frustración de no haber podido ser en la vida lo que soñaron o porque, la persona odiada, sí tuvo el éxito que ellos no alcanzaron. Esta venta de información no es en metálico, generalmente esperan una gratificación en posición social o estatus de sabelotodo, mas, su verdadera ganancia estriba en disfrutar el infortunio que le han provocado a su víctima.
Sus características son obvias: Igual alaban el Convenio 169 de la OIT ante un colectivo social que despotrican contra el mismo ante un grupo de empresarios en tan solo dos horas de diferencia; se les ve abrazando a un ministro religioso de avanzada y poco tiempo después brindando con lo más rancio de la ultraderecha (y llevando información de “la última plática”); sus ojos no son transparentes y casi no miran de frente; su risa es sardónica y forzada; usan pseudónimos para comentar las columnas de los articulistas a los cuales no son afectos y, en cinco minutos de plática, se les puede descubrir la fractura que les aqueja el alma: no son felices.
Los eternos orejas son más peligrosos que los otros porque solamente pueden compararse con Efraín Ríos Mont. Entre Romeo Lucas García y Efraín Ríos Mont hubo un mar de diferencia: Lucas provocó mártires, Ríos Mont apóstatas. Es más peligroso aquel o aquella que mata el espíritu o defenestra la honra de una persona que quien mata su cuerpo ; y, el lema de los eternos orejas es: Si no lo sé, ¡lo invento!