Eran, según recuerdo, las 11 de la noche. Siempre he sido nocturna, por lo que esa vez esperaba a que mi padre llegara a casa.
Escuché su bocina varias veces, seguida de muchos cuetes. Luego, mi madre salió corriendo, y recuerdo no haberla visto durante los días siguientes. Después de su salida entró una vecina algo alterada que nos ofreció café, pero a mí no me pareció nada atractiva su propuesta (a escasos cinco años no se tiene el gusto o la necesidad de tomar café). Se fue a traerlo y ya nunca regresó.
Luego vinieron días muy raros. Tuvimos que irnos a vivir a la casa de mi abuelito materno y empezamos a ir en bus (cuando era mi padre quien nos llevaba desde muy temprano al colegio). Todo era muy confuso, pero con los años lo fui entendiendo todo.
No volví a ver a mi padre después del supuesto intento de robo del vehículo. Pasó sus últimos días en un hospital de la zona 11 capitalina en el que, por mi edad y por su estado, me prohibían entrar a verlo. Los cuetes que escuché aquella noche eran balazos, y la bocina era un llamado de auxilio para que le abrieran el portón. Yo considero que, por lo frío del ataque, no fue un robo, sino un homicidio producto de las envidias provocadas por el negocio familiar, que estaba en crecimiento.
Cuentan que él era una persona muy activa, llena de proyectos e ideas, y fue por eso que se le ocurrió cofundar una empresa, crear máquinas, grabar audiolibros y registrar nuestra vida familiar con fotos y videos, por mencionar algunos de los múltiples emprendimientos que hacía. Recuerdo también que yo había llegado a la edad de compartir con los mayores que salían de la zona 6 a la 19 de Mixco en bicicleta por rutas inusuales para vehículos. Fue mi primer y último viaje en bicicleta con él. Doloroso.
Tras su muerte, todo cambió. Ya que el negocio familiar estaba a la par de la casa, creemos que él, durante el ataque, estaba preocupado por que los malhechores llegaran a nosotros. Mi hermano mayor, al escuchar la bocina, abrió la ventanita del portón y vio el humo de las pistolas recién disparadas. De esto no se habló nunca más en mi casa porque nos producía mucho dolor.
Después entendí que a ella le había cambiado la vida repentinamente y que, con apenas 32 años, tenía que trabajar largas jornadas para mantener a cuatro hijos.
Sin querer, nos habíamos vuelto parte de las estadísticas:
- Su muerte quedó impune como el 95 % de los homicidios en Guatemala, según el índice de impunidad por delito para 2014.
- Su homicidio no fue registrado por la Policía Nacional Civil, dado que esta no les da seguimiento a los casos de víctimas hospitalizadas bajo el argumento de que el fallecimiento de ellas ocurre después del ataque.
- Le arrebataron la vida, como sucede con la mayoría de los homicidios en Guatemala, con arma de fuego (70 %). Demasiadas armas en este país.
- Al igual que muchos, tuvimos que migrar por la inseguridad. Lo logramos hasta años después.
- Perdí mis amigos de la colonia y la vida de barrio. Empezaron los vicios con videojuegos porque decían que la calle era peligrosa. Dimos así un paso atrás y perdimos libertad.
- Mientras otros niños eran recogidos en la parada de bus por sus madres, la mía estaba ausente. Ella había arreglado que fuese el mismo policía del negocio familiar el que nos protegiera al bajar del bus escolar. Pero ¿se imaginan tener que ver una escopeta acompañándote a diario de la parada de bus a la casa? Terminé normalizándolo.
- La ausencia de mi madre por trabajo también provocó que tuviéramos una relación tensa. Después entendí que a ella le había cambiado la vida repentinamente y que, con apenas 32 años, tenía que trabajar largas jornadas para mantener a cuatro hijos.
- Como muchos hogares, el incidente de mi padre ocurrió frente a mi casa, el lugar que debería ser el más seguro de nuestras vidas.
Mi historia es como la de miles de familias. A nosotros no nos fue tan mal porque contábamos con la empresa familiar que mi madre, el roble de la familia, supo administrar y hacer crecer, pero no todos tienen la misma suerte. Demasiada sangre corre en este país, y lo peor es que preferimos no hablar de ello y ser indiferentes. Esto y muchas cosas más callamos las familias guatemaltecas.