Una noche bastante normal si se quiere y la conversación la de dos grandes amigos. Repentinamente él hace una pausa y decide hacer una declaración, literalmente así, declararse, habla sobre la inutilidad del maniqueísmo de las consignas, y de lo que considera la superficialidad de algo que es esencialmente profundo –no sé si lo dijo pero la imagen está ahí: una herida-, “sí hubo o no hubo, parece un partido esa mierda” y se sincera, y su opinión me hace temblar un poco, precisamente por no saber qué hacer, por no saber qué decir, por no entender qué se siente cuando surgen diferencias profundas del lado más cercano posible “compartimos todo, menos esto”, parecía decir, y luego “quería decírtelo desde hace rato”, eso sí lo dijo, y era verdad, era una confesión de trinchera, era mi mejor amigo lanzando un sapo sobre la mesa, la conversación se tornó incómoda por unos segundos, bien, no era una conversación, era la confesión honesta y brutal de un amigo, era el gesto más transparente que había encontrado en el inicio de una búsqueda en medio de la historia, no era un espejo, no era un síntoma, no era ni siquiera una toma de postura, era la declaración abierta de la diferencia, era pues, una declaración infinita de libertad, conozco la historia de mi amigo y él conoce la mía, hemos sido testigo de ambas, hemos recorrido las mismas veredas, juntos además, y al mismo tiempo, y haberse detenido en el camino, jalarme del hombro para que yo me detuviera también, parar un instante y decir “escuchame, pará, escuchame”, y luego volvimos a las papas fritas, con la sensación de una gran distancia, que duró un instante, cenamos, seguimos celebrando cualquier cosa, y al paso de los días, escribiendo esta nota me doy cuenta que nada se rompió en aquella diferencia, las grietas ya estaban ahí, es nuestra forma de conectarnos con el fondo de la tierra
Las papas fritas
Estábamos cenando para celebrar cualquier cosa, la amistad, podría ser.