Ahora se presta a parafrasear el título para referirnos a las impertinencias del mismo personaje, siendo que a los humanos nos da a veces por atribuirle características de personaje ejecutor a la situación o evento inevitable que nos confronta con el final de la vida, particularmente en la visión occidental del mundo que plantea el tiempo como algo lineal.
En la mencionada novela, se relatan los acontecimientos sucedidos en un país donde por un tiempo la muerte decide no llevarse a nadie. Entonces los problemas cotidianos alcanzan categorías de catástrofes nacionales e incluso da una cátedra sobre el comportamiento de los grupos sociales y sus manifestaciones, incluyendo cómo surgen las actividades del crimen organizado para armar toda una estructura de contrabando inverso (sacar subrepticiamente de las fronteras del país) de moribundos, y que así puedan morir y solucionar a sus familiares y a la sociedad los problemas que este estado humano (el moribundo) ocasiona.
Biológica, religiosa, filosófica y psicológicamente le entramos al fenómeno y le dedicamos mucho de nuestro tiempo útil y de nuestra intelectualidad para entenderlo y prepararnos para el mismo, pero casi nunca se logra; y cuando pasan semanas como las anteriores en que su versión trágica, que ya ha caído en nota costumbrista más que en noticia, logra acaparar la atención por la magnitud de un crimen como el asesinato de Facundo Cabral, pues nos lleva a recordar mucho de lo dicho sobre la muerte, incluso por parte de la misma víctima.
En un libro sobre doctrina del Kung-fu leí en una ocasión una sentencia que decía “un hombre violento, tendrá una muerte violenta; un hombre tonto, tendrá una muerte tonta”. Y, ciertamente, llevo años viendo morir violentos de manera violenta y tontos de manera tonta. En esta ocasión toca encontrarse con la excepción que confirma la regla: Facundo Cabral no era ni violento ni tonto, pero murió de una manera violenta y tonta, tocándole estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado y con las compañías equivocadas. De algo creo estar seguro: él, a diferencia de la mayoría de la humanidad, daba la impresión de estar preparado para enfrentar el momento.
No me queda claro ni me siento satisfecho cuando veo cómo reaccionamos ante esta tragedia. Me repito la pregunta que plantea Marta Sandoval en su artículo de elPeriódico publicado el domingo 17 de julio sobre cómo nos fustigamos ante este crimen y no lo hacemos ante los 16 asesinatos diarios que se dan en promedio en nuestro país.
A las personas que pedían disculpas y perdón por los distintos medios al pueblo argentino puedo entenderlas, porque venimos de una sociedad que tras décadas de represión y opresión nos ha enseñado a sentirnos culpables y cargar hasta con las culpas que no son nuestras. Comprendo el dolor de los seguidores y fanáticos del cantante, único en su género y seguramente insuperable por muchas generaciones más, que manifestaron su dolor de la mejor forma que podían hacerlo, haciendo arte en el parque central y vigilias en los lugares donde el féretro estuvo presente.
Me molestan las declaraciones, quizás mandadas por la emoción pero nunca inocentes, de la dirigente política que decía en el lugar del asesinato que era “un golpe para la izquierda latinoamericana y un mensaje para la presidenta de Argentina”. ¡Valiente perfil de candidata para la presidencia del país! Por el hecho de que vean a Guatemala en el exterior como una nación de salvajes donde la vida no vale nada y afecte la “imagen país”, no se preocupen; hace mucho rato que en el exterior saben cómo vivimos por acá, lo único que pudo pasar es que lo confirmaron.