«No muerde», me dijo el niño mientras le ofrecía un pan de manteca a Oso Cameni, nombre y apellido de un perro mediano, marrón y peludo que no paraba de ladrarme y que me mordió después de saborear su pan.
El aforismo popular «perro que ladra no muerde» es falso. Yo lo sabía y, pese a los ladridos, continué mi carrera matutina en una estrecha calle de Chichicastenango. Cuando mi antebrazo ya sangraba apareció una señora que, muy apenada, me ofreció agua y jabón y me confesó que no llevó a Oso Cameni a la jornada de vacunación. ¡Pero estaba desparasitado! ¡Menos mal!
Ya de vuelta en la capital, llamé a mi seguro médico, del que no tengo quejas y por el cual pagaré casi diez mil quetzales de prima en 2016. Mi médico de cabecera me explicó el protocolo en esos casos y luego amablemente me dijo que el seguro no cuenta con vacunas contra la rabia. En otras palabras, me envió a un centro de salud.
El centro de salud de la zona 11 se encuentra muy cerca del hospital Roosevelt. Es una instalación que muestra los limitados recursos con los cuales trabaja el personal salubrista. Sin embargo, en menos de cinco minutos una amable enfermera me estaba administrando la vacuna contra el tétanos, la primera de dos dosis, y diligenciando mis datos en un carnet. Dos horas más tarde regresé, esperé alrededor de una hora y, después de pesarme y tomar mi presión arterial, el médico me recomendó que recibiera las cuatro dosis de la vacuna antirrábica. Luego me hizo una receta, me inyectaron de nuevo y me entregaron 15 pastillas de antibiótico, todo de forma gratuita.
En la hora de espera alcancé a observar algo de la rutina del centro, el ir y venir de su personal, sus materiales divulgativos, y de paso indagué por el precio de las vacunas, los antibióticos y la atención médica, que no costarían menos de siete mil quetzales en una instalación privada. Luego encontré un estudio de la Universidad del Valle de Guatemala (Paredes, 2007) que mostraba, entre otros problemas, un 44 % de abandono en la vacunación pese a ser gratuita. Y los datos que obtuve posteriormente muestran que, pese al programa de zoonosis del Ministerio de Salud, todavía aparecen casos de rabia en Guatemala, así como en otros cuatro países de Latinoamérica (OPS, 2015). Asimismo, otras fuentes muestran una baja cobertura en la vacunación de especies que transmiten la enfermedad.
La rabia es una enfermedad grave, con una mortalidad cercana al cien por ciento cuando se ha superado la etapa de incubación. Por esa razón, desde el aparecimiento de los sistemas de salud, la vigilancia epidemiológica ha incluido esa enfermedad junto con otras como la lepra, la tuberculosis, el sarampión, la poliomielitis y el VIH-sida. Y ninguna de esas enfermedades, como otras, puede ser controlada sin un Estado que monitoree, regule, imponga normas, administre vacunas y medicamentos y responda en casos de brote.
De esa cuenta, Oso Cameni me permitió recordar la utopía libertaria, tan común como estúpida, que afirma que la salud, la seguridad y la educación no son un derecho, sino un servicio que debe estar en manos privadas y que debe tenerlo solo quien puede pagar.
En este caso, uno puede preguntarse de qué manera podría abordarse un problema como la rabia sin una política de Estado. Y la respuesta es sencilla, está a la vista. El Ministerio de Salud, en una situación de crisis que pasa de lo crónico a lo agudo, presta servicios esenciales que deberíamos valorar y reconocer. No habría vacunación sin el personal salubrista, y la salud, en su sentido amplio, no puede ser abordada de manera individualista.
Personalmente, preferiría tributar al Estado lo que le pago actualmente a un negocio de salud que me atiende bien siempre que pague y en atención a las cláusulas de un contrato. Yo preferiría un sistema de salud reformado, en el cual se pueda cotizar voluntariamente, aunque tuviera que hacer fila. Un sistema en el que cualquier persona tuviera acceso a la salud preventiva y curativa, que no es una utopía, puesto que otros países lo han construido.
La falacia de que cada quien debe velar por su salud, su educación y su seguridad de manera individual se esfuma cuando se analizan en la práctica las utopías libertarias neoliberales. Mientras tanto, durante diez días, seguiré atento a la salud de Oso Cameni y continuaré asistiendo al centro de salud de la zona 11, a cuyo personal expreso mi agradecimiento.