El escenario fue así: Fecha, 24 de junio; lugar, Mercado Central de Cobán; sucesos, un supuesto niño violado y una persona que gritó: ¡Ese fue! Y sin mayores averiguaciones llegó la turba con sed de sangre y muerte. Las fuerzas del orden brillaron por su ausencia.
Irónicamente, un día antes se celebraba en el mismo sitio la fiesta en honor al Santo Patrono del mercado: El Sagrado Corazón de Jesús.
Conforme han pasado los días el hecho se ha ido desenmarañando: Aparentemente no hubo tal violación ni afrenta alguna contra el chiquillo y para conocimiento de la verdad, sí hubo quién pudiera filmar el linchamiento y ahora la justicia está caminando en pos de los responsables. Bien por ella aunque, el muerto, no revivirá.
Tuve la oportunidad de observar el 23 de junio la procesión de la imagen del Corazón de Jesús. Iba el cortejo con anda sobria, una banda del pueblo interpretando alegres sones entre los que destacaba El mishito, mucha gente detrás de los cargadores y una buena dosis de humo saturando el ambiente. La música —no obstante la fuerza de los tonos— presagiaba que algo malo sucedería. Era estridente y provocaba ansiedad. Algo así como el preludio de la desgracia.
Al final del cortejo, cuando se disipó la humareda del incienso y el pom, me llamó la atención un niño que en solitario jugaba dando saltitos hacia nada. Repetía constantemente: La muerte Quirina que andando se orina… Y me llamó la atención porque ese estribillo, el de La muerte Quirina, dejé de escucharlo allá por los años setenta del siglo pasado. Era una expresión ramplona referente a la muerte que se cantaba en las loterías de feria. El niño iba en el mismo recorrido de la procesión aunque a considerable distancia.
Grotescamente, un periódico amarillista publicó horas después fotografías de la procesión y del linchamiento. En una página la romería y justamente a la par la infame lapidación. Provoca desazón darse cuenta que, con horas de diferencia, en un mismo lugar puede ocurrir un acto de piedad popular y otro de barbarie. Y con espectadores que no hicieron el mínimo intento por detener el segundo.
El joven ultimado era un estudiante quien, para poder pagarse sus estudios, trabajaba en lo que el día a día le proveyera. Muy querido por sus maestros y respetado por sus compañeros. Su sepelio fue multitudinario y en algún momento se temió un conflicto entre quienes le querían y los supuestos responsables. Para tranquilidad de la población, el pronto actuar de la justicia disipó tales tensiones.
Ante los contrastes, ¿qué pudo haber desatado semejante hecho?, ¿por qué una turba enfurecida masacró a una persona cuyo único delito fue visitar un mercado para comprar algo con qué saciar su hambre?, ¿cuáles fueron las razones que llevaron a uno o varios individuos a decir ¡ese fue!, sin mayor pesquisa?, ¿por qué la PNC o los chipilines no tiraron una bomba lacrimógena para dispersar al grupo agresor? Al momento, cero respuestas. Elucubraciones muchas.
Lo sucedido se dio en medio de un entorno de mucha angustia. Para esos días en Cobán había una tensión superlativa debido a violaciones en serie, secuestros y asesinatos. Y la única respuesta que nos va quedando es la zozobra y la presión de las masas como origen y cauda de hechos violentos que se ceban cada día más contra una o varias personas, casi siempre inocentes. Como basa, la ausencia recurrente del Estado. ¿Habrá alguna intención en ello?
De tal manera, en lo que otrora fuera la Vera Paz, ahora va la procesión con los cargadores, la banda del pueblo, los posibles devotos, el turno vacío de las fuerzas del orden público, el humo del incienso y el pom, y muy atrás, un niño que en solitario danza y anuncia: La muerte Quirina que andando se orina.
Los arpegios del son El mishito quedaron y quedan a la vera del camino.