Parto del promocional: el 15 de junio se presentó en Sophos mi libro «Ensayos desde un Estado perverso». Comentaron Gustavo Berganza y Karin Slowing. La audiencia generosa arrasó con todas las copias en la tienda. El 18 de junio conversé en Santiaguito Libros en Quetzaltenango con Luis Méndez Salinas y Carmen Lucía Alvarado[1], coeditores del texto en Catafixia editorial. El libro está disponible en ambas fuentes[2].
La tesis de la colección de 15 ensayos es que el Estado guatemalteco no es fallido, sino todo lo contrario: es un Estado perverso que funciona muy bien. Nomás que su fin no es el interés general, sino el beneficio de una élite rapaz, sus operadores y sus socios.
Pero mi razón para el infomercial no es solo invitar a que compre el libro, aunque fomente la industria editorial. Sobre todo quiero que lo lea. Es indispensable entender que los aparentes defectos del Estado perverso son más bien sus rasgos característicos. Sin diagnóstico correcto nuestras propuestas serán erradas.
Las lluvias recientes ofrecen evidencia, pues aunque la prioridad del debate nacional esté en asuntos de justicia y derechos, como Karin Slowing subrayó en su columna de la semana pasada, hasta los asuntos más pedestres —literalmente— se ven afectados. No podemos siquiera movernos del punto A al punto B sin contratiempo, justamente por la lógica de ese Estado perverso.
Es indispensable entender que los aparentes defectos del Estado perverso son más bien sus rasgos característicos. Sin diagnóstico correcto nuestras propuestas serán erradas
Empecemos con las abundantes lluvias por la tormenta Celia. Aún como depresión tropical hizo colapsar un colector en Villa Nueva. La falta de mantenimiento provocó un agujero que bloquea todo un lado de la ruta del Pacífico. El alcalde de dicha comuna empezó excusándose, argumentando que ante la naturaleza no cuentan títulos académicos. Vale preguntarnos para qué piensa que está en el cargo. Luego intentó rellenar el agujero con cemento —su credo será que el problema que no se ve, no existe— pero la lluvia no solo se llevó el remiendo sino que amplió el agujero. Parecida solución dio Shirley Rivera, presidenta del Congreso y pareja sentimental del alcalde: pedir socorro divino.
Pero su propuesta fue atendida de inmediato por una «asociación de pastores de Villa Nueva». Misterio total es saber quién los convocó y por que no ponen el mismo ahínco en pedir justicia divina para las niñas quemadas en el mal llamado Hogar Seguro o contra el despilfarro de 437 millones de quetzales en vacunas para covid-19 vencidas. El audio de su participación es suficientemente siniestro para considerarlo banda sonora de una película de miedo. Y como pasa con el cine de terror, su propósito es distraer, en este caso ante la irresponsabilidad de las autoridades.
Siguió el aquelarre. Lloviendo sobre mojado, valga la ironía, al colapso del acceso sur a la Ciudad de Guatemala se sumó el derrumbe de una ladera en San Lucas, que bloqueó por completo el acceso desde occidente. Desencadenó el caos en un auténtico sálvese quien pueda. Las autoridades nacionales limitaron sus esfuerzos a quitar la tierra del bloqueo y mandar dar vuelta a los automóviles sin más instrucciones, desentendidos por completo del tránsito. Cada piloto busca por cuenta propia rutas alternas a través de poblados con calles estrechas, apoyados apenas por los mapas digitales en su teléfono móvil. Cada autoridad municipal se limita a bloquear el paso para evitar que los vehículos ahoguen el tránsito local y se desentiende de canalizarlo con fluidez. Coordinación, ni en sueños.
Todo ilustra: el Estado perverso, que con eficiencia extrae cada vez más riqueza nacional y la concentra en pocas manos —¡Guatemala no se detiene!—, que con eficacia persigue a jueces y fiscales mientras da paz y salvo a confesos empresarios financiadores ilícitos de la política nacional— ese mismo no puede organizar esfuerzos donde todos actuemos juntos. No quiere responder a amenazas que nos afectan a todos, así se llamen pandemia, tormenta o cambio climático.
Mientras tanto, a los beneficiarios del Estado perverso y sus criados no les basta excusarse de contribuir al bien común, sino aprovechan el desastre para decir que ahora sí, también hay que poner en sus manos la operación de las carreteras con una ley a su medida. Para dimensionar el contrasentido basta examinar el papel de la carretera privada VAS en el caos actual: no absorbió el rebalse y aunque dice que facilita el pago no puede ni siquiera cobrar sus propios peajes con tarjeta de crédito.
Sin duda la perversa «Guatemala no se detiene», mientras el resto de la población seguimos atorados en el tránsito, atorados en la injusticia, atorados en el desaliento.
[1] Me apuro a aclarar que a Carmen Lucía no me unen más que la amistad y la coincidencia de apellido.
[2] Los lectores internacionales pueden encontrarlo en Amazon en formato impreso y de e-libro.