Ahora cualquier predio o lodazal puede convertirse en parqueo público. Basta con demoler una casa, recoger un poco de escombro y listo. En el centro histórico, por ejemplo, suele conservarse la fachada del inmueble y lo que antes era una estrecha puerta de cochera, ahora es entrada para vehículos “unitalla”. Los rayones y residuos de pintura en umbrales y paredes evocan el desatinado cálculo de algunos automovilistas.
Quienes superan con éxito la entrada saben que adentro, tendrán que ser triplemente diestros para apegarse al principio básico de un empaque taiwanés: reducir el vacío a su mínima expresión. El encargado del estacionamiento tiene la misión de acomodar la mayor cantidad de vehículos posible en un área tan reducida que generalmente el copiloto tiene que abandonar el carro antes de que se inicie el aparcamiento. Concluida la operación, hay que prepararse para contraer el abdomen, de lo contrario lustraremos con la ropa la portezuela derecha del vecino.
Frente a nuestros ojos, el rótulo de bienvenida: “No nos hacemos responsables por los daños materiales que sufra su vehículo (golpes, rayones, robo o incendios), tampoco por objetos olvidados dentro de él. El ticket sólo ampara el derecho a estacionarse”. Más adelante está otro que anuncia: “Por ticket extraviado se cobrarán Q100.00”, y de paso recuerda que: “No hay fracción”.
Finalizada la lectura de esta letanía de advertencias, debemos empezar a esquivar charcos, hoyos y pedazos de monte para llegar a la garita. Los barrotes impiden distinguir la cara de aquel sujeto que en tono de pocos amigos pregunta: “¿Trae sencillo?” anticipando la enésima condición no escrita. ¡Cómo si las tarifas fueran tan baratas¡
Es común que ante el apretujamiento vehicular, le requieran dejar la llave. Yo lo hice por necesidad en un par de oportunidades y en ambas, me extrajeron la llanta de repuesto, el extinguidor y el tricket. Si además, preguntan: ¿Cuánto se va a tardar? ni se le ocurra decir la verdad. Tengo un conocido que respondió “alrededor de dos horas”, sin embargo un olvido le hizo regresar diez minutos después y su vehículo no estaba. Al inquerir al responsable, este respondió sin empacho que lo habían usado para “Ir ahí no macito, a hacer un mandadito”…
¡No hay derecho! estos servicios deben ser regulados dado que afectan los intereses de quienes nos vemos forzados a usarlos.
Un parqueo público debe ser más que un lugar para estacionarse. Los propietarios deben responsabilizarse de la guarda y custodia, y cumplir con estándares de calidad que normen su apertura y establezcan las condiciones de operación.
La regulación debe abordar lo relativo al espacio, de manera que un estacionamiento no pueda albergar un número de vehículos que exceda la capacidad autorizada. Además, tendrían que fijarse las dimensiones mínimas del predio, de las entradas, salidas y circunvalaciones interiores.
El diseño debe establecer un área prudencial para motocicletas, prever la señalización así como la instalación de otros dispositivos que adviertan el tránsito interior de vehículos. El pavimento, drenajes, iluminación, muros perimetrales y todo lo relativo a extinguidores de incendio debe ser igualmente incluido.
Finalmente, es preciso contar con un tarifario autorizado y diferenciado, ajustado al espacio utilizado y con base a principios de equidad y razonabilidad.
Mientras esto no se atienda apropiadamente, tendremos que seguir pagando por esta inadmisible cadena de excesos que la fuerza de la costumbre se encargará de perpetuar y legitimar.