La meritocracia de Consuelo

La Corte de Constitucionalidad de Guatemala (CC) decidió arbitrariamente incluir a María Consuelo Porras como la sexta aspirante a Fiscal General, irrumpiendo en el proceso ya establecido para la elección de participantes. Esta lista será entregada al presidente Alejandro Giammattei, quien tiene plazo hasta el próximo 17 de mayo para designar a la persona que será jefe del Ministerio Público o, bien, su aliado clave pro-impunidad.

A sabiendas de que no podemos pedirle peras al olmo, pues ya los integrantes de la comisión de postulación dejan mucho que desear, es imprescindible señalar la colusión de la CC, la Corte Suprema de Justicia y la actual fiscal general (así como todos aquellos que tienen su libertad condicionada al apoyo de la señora) para que ésta no quedara fuera. Llama la atención que la CC utilizó la frase «criterios meritocráticos» para presionar sutilmente por su inclusión. Esta frase también utilizada por el expresidente del Cacif Juan Carlos Tefel, quien, en su cuenta personal de Twitter, no solamente hacía alusión a los méritos de la fiscal para su participación (los cuales no menciona), también exigía que se presentaran las denuncias de cualquier ilegalidad que la actual fiscal general pudiera haber cometido, ignorando convenientemente que María Consuelo Porras no solamente plagió una tesis, sino también integra la lista Engel (creada por Estados Unidos para sancionar a los actores involucrados en actos de corrupción y ataques a la democracia en la región centroamericana), entre otras acusaciones que ha recibido durante su mandato. 

Eso que estas personas llaman méritos, son un chiste que le sale muy caro al pueblo de Guatemala

La meritocracia a la que estos se refieren, supongo que es la nota final que la señora abogada obtuvo en su evaluación y que fue dada por los comisionados, amigos y compadres de la «academia» guatemalteca. Y ya sabemos que quien saca las mejores notas no necesariamente es la persona más honesta, inteligente o capaz. Hay una larga fila de críticas al sistema de notas que coloca a todas las personas y sus diversas habilidades, calidades y aptitudes en un mismo saco. La meritocracia es una farsa del sistema capitalista, pues nos ha hecho creer que el éxito es para quien trabaja mucho y no se quejan, mientras esconde una realidad latente y es que eso que cada quien llama «éxito» puede ser alcanzado por quienes se unen y alinean al poder del status quo, como lo ha hecho Consuelo Porras o, por ejemplo, a quienes sin más únicamente heredan los negocios y patrimonios familiares, tal y como lo hizo Juan Carlos Tefel. Eso que estas personas llaman méritos, son un chiste que le sale muy caro al pueblo de Guatemala. 

Esa lógica de la meritocracia, que usualmente es discurso utilizado por los libros motivacionales, por los jefes explotadores y por los que integran las élites de poder, se tiene que cuestionar. Actualmente, muchas teóricas y teóricos han resaltado que la idea del mérito es una farsa, una forma de exclusión, de privilegio intergeneracional y de falsa justicia. Daniel Markovitz, profesor de la Universidad de Yale, en una entrevista dice que la farsa de la meritocracia se basa en que «en lugar de capturar algún valor verdadero o natural, lo que se llama mérito es el resultado de un largo argumento ideológico que está diseñado para lavar una distribución ofensiva de ventajas, con el propósito de disfrazar privilegios y hacer que las cosas que están mal parezcan correctas (…)[1] ».  

Es un acto revolucionario cuestionar el lenguaje con que estos construyen narrativas que les benefician mientras destruyen cualquier posibilidad de conseguir justicia y mejores condiciones de vida

La socióloga de la Universidad de Londres, Jo Litter, señala que «la idea de la meritocracia se utiliza para que un sistema social profundamente desigual parezca justo cuando no lo es[2]», pues esa idea individual de obtener algo (el mérito se dice que es exclusivamente propio) es falsa, pues para obtenerlo sí, estamos de acuerdo, cuenta el esfuerzo pero también y sobretodo la clase social, el lugar donde se nació y las oportunidades que se han tenido. 

En casos como los de Consuelo Porras, donde coincidentemente sectores conservadores enfatizan el mérito, es un acto revolucionario cuestionar el lenguaje con que estos construyen narrativas que les benefician mientras destruyen cualquier posibilidad de conseguir justicia y mejores condiciones de vida. Las ideas de meritocracia justifican la desigualdad, porque solamente si todas las personas pudiéramos acceder a las mismas oportunidades y a participar sin imposiciones de quienes ostentan el poder, podríamos pensar que estamos construyendo un país con honestidad, equidad e igualdad. 

 

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